Ane (2020) llega a unas salas españolas expectantes por descubrir nuevas voces en un año donde los blockbusters permanecen mudos –a decir verdad, pocos echan de menos su ruido- y el cine de un carácter más independiente demuestra su resiliencia en aquellos feudos de apasionados del celuloide que tienen permitido abrir sus puertas. Lo hace, además, engalanada con el Premio al Cine Vasco del reciente –y atípico- Festival Zinemaldia de Donosti, espacio donde no debió resultar sencillo ganarse la atención de los espectadores al sobrevolar un tema profundizado por la todopoderosa y polémica – simplemente por llenar artículos en ocasiones innecesarios antes de su estreno- Patria (Aitor Gabilondo, 2020).
Ambientada en la ciudad de Vitoria hace poco más de una década, la ópera prima de David Pérez Sañudo enfrenta al espectador con la violencia reivindicativa de un grupo de activistas desde el inicio de la película para que los ecos de una época resuenen continuamente sin necesidad de mencionar a la banda terrorista que tantas veces se nombra en vano. El cóctel molotov de unos jóvenes encapuchados explota frente a al contenedor de obra donde trabaja Lide, precipitando el inicio de una película donde en tan solo unas pocas escenas su protagonista queda despojada de toda intimidad al aceptarnos como espectadores de sus problemas laborales, su caótica vida sentimental y la desidia con la que vuelve a su morada para descubrir que su hija Ane aún no ha vuelto a casa. Esta es únicamente una de las muchas preguntas que surgen en la cinta. Las mismas, serán analizadas con herramientas de los diferentes estilos por los que se infiltra para conseguir una narrativa propia desde la cual exponer el juego de miradas continuo de sus protagonistas.
Frente a la primera cuestión, en una extraña mezcla de paz y preocupación, culpa y alivio, Lide toma las riendas en la búsqueda de Ane, debiendo enfrentarse al terremoto emocional que supone descubrir secretos, avanzar en espacios donde no es bien recibida y asumir decisiones fallidas. El thriller está servido desde la desaparición y la polarización de la sociedad frente a las obras del tren de alta velocidad (donde trabaja Lide), al menos hasta que el drama social encuentra su espacio y la relación materno-filial se convierte en el vórtice de la trama de forma similar a cómo lo hace en otros títulos recientes del cine español como Las niñas (2020), Viaje al cuarto de una madre (2018) o La hija de un ladrón (2019). Habría mucho que escudriñar, pero aquí el choque no es únicamente de genios, sino también de perspectivas y formas de entender el mundo; el frenesí, frente al asentamiento; la reivindicación, frente a la practicidad. El guion de Sañudo coescrito junto a Marina Parés construye dos personajes especulares condenados a circular por vías tan paralelas como las propias imágenes que el primero decide captar con la cámara.
El plano emocional queda reforzado por la dirección del elenco y los detalles visuales. Más allá de su propio póster (¡acertadísimo!) extraído de unas escenas identitarias de la película, los fotogramas fluyen y se encuadran de manera matemática, enfatizando los textos y componiendo un resultado magistral –muy académico- en consonancia con la grandísima interpretación de Patricia López Arnaiz en la piel de Lide. La película se pliega en su simetría continua gracias a unas escenas finales crepusculares, rompedoras, entendiendo que –en su caso- sólo hay una única forma de avanzar y, como los raíles, ésta debe ser equidistante.
Lo mejor: La construcción de sus protagonistas apoyándose en el plano visual, así como reconocer el éxito de la segunda apuesta de la incubadora The Screen. Su primer título, La inocencia (2019), ya apuntó maneras y ahora sólo podemos esperar trabajos interesantes.
Lo peor: A pesar de que sus protagonistas están cargadas de aristas, los secundarios vienen y van sin mayor aportación, aunque también lo hagan sin lastrar el resultado.