En 1992, España se dispone a mostrar su mejor cara al mundo. Celebrar las Olimpiadas en Barcelona y la Exposición Universal en Sevilla ofrece la mejor oportunidad de sacar a la luz un país más moderno y avanzado. Las cadenas privadas acaban de irrumpir en nuestras vidas, una nueva televisión marcada por señores con traje de dudosa elegancia y jovencitas de faldas cortas y tacones altos en la que igual veías a un escritor soltando improperios o al presidente de un club de fútbol haciendo política metido en un jacuzzi. Veníamos de La movida, Almodóvar, la música… Eso sí, era de puertas hacia fuera. En realidad, la apertura y los cambios llegaron de forma mucho más lenta a los hogares, a los colegios… En definitiva, a la educación. En este contexto se desarrolla Las niñas (2020), deslumbrante ópera prima de Pilar Palomero, con la que consiguió en el Festival de Málaga la Biznaga de Oro (Mejor película), fotografía y el Premio Feroz.
Celia (Andrea Fandós) vive con su madre (Natalia de Molina) en Zaragoza. Está en un momento crucial en su vida, el paso a la adolescencia. La llegada de una nueva compañera a su clase de colegio religioso supondrá una nueva visión y un soplo de aire fresco en su mundo, por el momento con muchas más sombras que luces.
La película de Pilar Palomero está cargada de verdad, emoción y sensibilidad. La directora nos muestra de forma sutil que una vez que se cierra la puerta -la de la casa y la de la escuela- permanece la realidad de una educación oscura, en la que la sexualidad aparece castrada, y la culpa y la vergüenza representan una carga que se lleva en silencio, intentando evitar ser foco de las miradas prejuiciosas del entorno. Guardar las apariencias y el pensamiento único marcan la pauta de las vidas de unas niñas que tienen que enfrentarse a cuestiones que aún no entienden: un despertar sexual que se les evita explicar, nuevos retos vitales y responsabilidades que les impone la vida. También a las mentiras, al que dirán, al acoso por ser diferente.
Las niñas intentan lidiar con situaciones inexploradas en un entorno patriarcal y religioso donde es más sencillo descubrir las cosas a escondidas. Porque los actos tienen consecuencias y, casi siempre, castigo. Como contraste, empiezan a descubrir la música a través de una nostálgica -para el público- banda sonora que contiene desde Héroes del silencio o Niños del Brasil hasta Más birras o Ximo Bayo. También la ropa y la vida social en una España que intenta modernizarse. Es la época de la campaña «Póntelo, pónselo», que intentaba apelar a la responsabilidad y que fue retirada por escandalosa al parecer querer incitar al sexo esporádico. País de contrastes, reflejo de unos tiempos. En la actualidad, etapa de ciertos comportamientos reaccionarios y retroceso de pensamiento, es ineludible pensar que algunas de aquellas niñas son las madres de hoy. Historia cercana y verdadera que hace recordar dónde y cómo estábamos entonces.
Debemos destacar el gran trabajo de Palomero con las actrices jóvenes, notables todas, en particular Andrea Fandós, que recuerda físicamente a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice. Su interpretación tiene importantes matices, como su rostro durante los silencios o las miradas fundamentales de su contenida actuación. Junto a ella, el gran hacer de Natalia de Molina -como la madre-, complementa un acertado trabajo de casting que es la guinda de un pastel que estará muy presente en la temporada de premios.
Lo mejor: La última escena, que sirve como cierre circular de la historia. No se puede contar más con un plano fijo.
Lo peor: Que en estos momentos tan extraños no vaya a tener en taquilla toda la atención que merece.
