120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute, Robin Campillo, Francia, 2017)
La fabulosa película de Campillo, ambientada a principios de los años 90, consigue (casi) todos los objetivos que parece querer alcanzar. Por un lado, conmueve gracias a su espíritu homenajeador y solidario con una generación valiente y decidida a cambiarlo todo, víctima de la incompetencia de las administraciones gubernamentales ante la falta de medicamentos contra una enfermedad por aquel entonces devastadora: el sida. Por otro, ejerce una labor de denuncia expuesta en su vertiente reivindicativa y humana al mostrar las entretelas del activismo del grupo Act Up (fundado originalmente en Nueva York). A su vez, opta de manera inteligente y sensible por describir las vivencias de sus personajes a un nivel explícita y necesariamente íntimo. Su “clímax” final, demoledor, pone de manifiesto la exuberante naturalidad implícita en el ADN del cine francés.
Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, España, 2018)
Imposible no dejarse absorber por la hiperrealidad que plantea Lacuesta en esta historia de personajes marginales secuela de La leyenda del tiempo (2006) y Concha de oro del último Festival de San Sebastián, donde la ovación final tras su proyección ya daba pistas de lo importante que sería a la postre dentro de la temporada cinematográfica. Insertando algunos elementos de ficción, Lacuesta construye una atípica película y espejo de la vida de Isra y Cheíto, cuyos valores humanos y sociales -también cinematográficos- priman y capitanean el triunfo de un cine marcado por su carácter de autor.
El hilo invisible (Phantom Thread, Paul Thomas Anderson, EE.UU., 2017)
La obsesión es la gran protagonista de una cinta perfectamente milimetrada sobre la perturbación y la obstinación de su protagonista (magnífico Daniel Day-Lewis). Paul Thomas Anderson no duda en apuntar al centro de la neurosis y desnudarla mediante un complicado ejercicio de orfebrería, una puesta en escena tan fría como misteriosa apoyada desde el uso de la música hasta la ambientación de los espacios (según el personaje que los habita y los cambios de luz) donde salen a relucir emociones reprimidas y retorcidos deseos de quienes pueblan el relato. Una historia de profundas heridas (y alarmantes remedios) digna del mejor Hitchcock.
La forma del agua (The Shape of Water, Guillermo del Toro, EE.UU., 2017)
Sin abandonar el mundo de la fantasía, Del Toro emplea los códigos del noir, del cine de espionaje de la Guerra Fría y la ciencia ficción de serie B para componer una mágica historia de amor, un cuento donde la diferencia se convierte en belleza y donde la monstruosidad la visten quienes demuestran ser los menos humanos. Terminan por engrandecer el conjunto aquellos elementos que denotan un profundo amor por el cine: desde la combinación de géneros, la vivienda de la protagonista (justo encima de una sala de cine) o la incursión de momentos al más puro estilo del Hollywood clásico.
Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, España, 2018)
El primer largometraje de Celia Rico aborda la relación entre una madre y una hija que comparten un espacio habitado, a su vez, por los miedos de cada una. Anna Castillo y Lola Dueñas son las protagonistas de una cinta que se apoya en el aspecto emocional del relato para diseccionar todo lo que va deteriorando el vínculo maternofilial. La decepción, el olvido o la falta de esperanza son los interiores de la situación vital de ambas protagonistas, quienes juntas o por separado intentan hacer frente al destino y al dolor de formas muy diferentes.
Dogman (Matteo Garrone, Italia, 2018)
Marcello Fonte recibió el Premio como Mejor actor en el Festival de Cannes gracias su interpretación del dueño de una peluquería canina en las afueras de Roma. A la altura del propio trabajo de Fonte, está la manera en que Matteo Garrone rueda este violento relato urbano, un cuento sobre la supervivencia en entornos marginales donde la delincuencia es un mal que se ha interiorizado. A pesar de sus formas realistas, Dogman tiene, también, momentos para lo contemplativo, minutos donde la nostalgia se apodera del personaje central y que Garrone representa con la pericia de un director enamorado de las atmósferas enrarecidas y los contextos donde se exteriorizan algunos de los rincones menos iluminados del alma humana.
Hereditary (Ari Aster, EE.UU., 2018)
Junto a Un lugar tranquilo, Hereditary ha resultado una de las sorpresas más terroríficas del 2018. El estudio A24 sigue su admirable camino dando a luz trabajos como el que ha dirigido el joven Ari Aster, un realizador al que habrá que seguir de cerca y que, con unas formas irreprochables, se las ha apañado para acongojar al personal gracias a este relato sobre fantasmas y demonios familiares. Toni Collette hace una de las interpretaciones del año (¿la veremos en los Oscar?) en una película que se desmarca -muy conscientemente- de la mayoría de producciones del género, imponiendo a través de gestos sutiles, pocos efectismos y un interesante imaginario de situaciones y personajes, su carácter secesionista ante la oleada de producciones de terror plagadas de clichés y sustos fáciles.
Call Me by Your Name (Luca Guadagnino, Italia, 2017)
Resultaría muy difícil encontrar una manera mejor de contar una historia de amor por medio de imágenes: la plasticidad y fisicidad que consigue otorgar Guadagnino a su película nos hace sentir el calor del sol de la Lombardía en la cara y poder oler el aroma de los jugosos albaricoques. La luz a través de las hojas de un árbol, el viento meciendo las briznas de hierba, los reflejos en el agua del sol más canicular y el ataráxico estilo de vida que recrea el film, que transporta al espectador a una suerte de hedonismo soñado, conforman un abanico de sensaciones que nos hace sentir como nuestra la historia que se nos está contando y, sin el cual, evocar la mágica experiencia del primer amor y el sentimiento de desnudez que ésta trae consigo sería del todo imposible.
Pororoca (Constantin Popescu, Rumanía, 2017)
El realizador Constantin Popescu hace un magistral uso de la cámara para componer un relato con todos los elementos propios de la Nueva Ola del cine rumano. Sin alejarse de esta tendencia que aboga por el naturalismo y la composición de los planos a partir de los movimientos de los personajes -dentro o fuera del foco-, el realizador se sirve de los planos secuencia y la tensión propia de una cámara fija para transmitir la angustia y el horror que le depara a Tudor Ionescu, un padre de familia interpretado por Bogdan Dumitrache (Premio al Mejor actor en San Sebastián), la desaparición de su hija. El intérprete consigue construir uno de los personajes de la temporada gracias a una mutación que es anímica y física al mismo tiempo, complementado por el gran trabajo de Iulia Lumânare y el siempre angustioso proceso de destrucción familiar tras un hecho traumático.
The Florida Project (Sean Baker, Estados Unidos, 2017)
Un espectáculo de colores que nos muestra la crudeza de la realidad desde unos ojos que siempre encuentran un motivo para jugar. Una oda a la inocencia tan tierna como desgarradora que, aun haciendo gala de una sensibilidad desbordante, no renuncia a una inteligencia y lógica formales que llevan la experiencia cinematográfica hasta su máximo exponente: todo ese color fluorescente tan característico de la arquitectura mambo style floridense se va perdiendo a medida que el metraje avanza y la noche llega, acontecimiento que coincide con un gradual cambio de punto de vista que nos aleja del cándido mundo de los niños protagonistas para mostrarnos una verdad más desalentadora.
Un asunto de familia (Manbiki Kazoku, Hirokazu Koreeda, Japón, 2018)
El tono de la película queda instaurado desde la primera escena: una mezcolanza de ternura y picaresca cuyo eje central es el cuidado del otro. Porque Un asunto de familia es, ante todo, un manual de instrucciones sobre la complejidad de las relaciones y la forma en que hacer que estas funcionen. Sin abandonar su particular sensibilidad, el cineasta muestra aquí una mirada más realista que esperanzadora sobre los miembros de una familia, imponiéndose unas agridulces circunstancias que condicionarán no solo la unión de esas personas, sino toda su razón de ser. Porque en el cine de Koreeda nada parece tan terrible como el abandono, de ahí que la familia sea para el japonés una garantía de que la soledad no será la que gane las batallas.
Tres anuncios en las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, Martin McDonagh, EE.UU., 2017)
Aunque el título se vea ya bastante lejano, las carteleras del país temblaron cuando la última cinta de Martin McDonagh se alzó como una de las grandes favoritas en la pasada edición de los Oscars. No era para menos: el director londinense había firmado una comedia negra que, a pesar de seguir la tónica de sus títulos anteriores, ascendía a altísimos niveles de perfección en guion, montaje y –ante todo- desarrollo de personajes y dirección de actores, destacando así como una de las mejores comedias de la década. Los espectadores son guiados por una montaña rusa de ira, sarcasmo, incluso terror, donde no tendrán más remedio que empatizar con lo que puede ser el cartel de personajes más carismáticos del año.
Cold War (Zimna wojna, Pawel Pawlikowski, Polonia, 2018)
Una película fascinante –otra más- del director de Ida (2013). La Guerra Fría no supone más que un lujoso telón de fondo para relatar una historia de amor conmovedora entre una atípica pareja polaca, además de un estudio del estado de la música en una época turbulenta de la Historia. Su espléndida fotografía, una vez más en un pulcro formato académico, o su magnífico sonido (mostrando un importante respeto a sus silencios) puede, sin embargo, que no sean lo más sorprendente de la cinta cuando nos detenemos a analizar su capacidad de síntesis, concisión y elipsis: un trabajo digno de alabanza y estudio. Sin duda, un film moderno con alma de clásico consagrado: veraz y gélido, aunque con una textura tierna y deslumbrante.
Vengadores: Infinity War (Avengers: Infinity War, Anthony Russo y Joe Russo, USA, 2018)
El blockbuster por antonomasia (la película más taquillera del año, y en el TOP 5 de todos los tiempos) esconde una superlativa película de acción, que encuentra un equilibrio -que a priori parecía imposible- entre las diferentes sagas que aglutina, y en donde el drama, la comedia, la parodia, los efectos especiales y absolutamente todo lo que hace grande al cine palomitero alcanza la perfección. Todo un fenómeno este de Marvel que crece en paralelo a la calidad de sus propuestas y que nos hace soñar con un desenlace que hará historia.
Burning (Buh-ning, Lee Chang-Dong, Corea del Sur, 2018)
No podemos recomendar un título como este a todos los lectores, recomendamos incluso que se abstengan aquellos que busquen un cine resolutivo y muy directo, pues no es el caso de esta obra; clara heredera del enigmático y magnético universo Murakami. El director surcoreano domina en un mismo espacio el plano visual y terrenal, donde se permite reflexionar sobre las preocupaciones de una generación confusa y un país en desequilibrio, junto a un plano onírico y psicológico de gran nivel de complejidad y abstracción que termina por atraer al espectador hacia lo más profundo de un relato muy cercano al thriller existencialista. Días después seguirás cuestionando por qué no puedes despojarte de la extraña fascinación que ha provocado.
Roma (Alfonso Cuarón, México, 2018)
Nadie podrá poner en duda que es la obra más personal de Cuarón, no sólo por su acercamiento a la figura de “segunda madre” y su ambientación excelsa recreando su barrio natal, si no también por la valía del trabajo que el oscarizado director ha realizado al cargo de la producción, fotografía y dirección artística de la cinta. Destaca tanto en su confección global de corte artesanal, donde los detalles construyen un relato cotidiano cargado de sensibilidad, como en la elaboración de sus planos en los que la sincronía de los elementos captados por sus amplios focos relatan decenas de historias simultáneas sin olvidarse de lo esencial de su relato, o sus ligeros movimientos de cámara aportan lucidez a los cuadros monocromáticos que aparecen en pantalla para desarrollar una historia realista, que no rechaza el lirismo. No existe lugar a dudas: hablamos de la arriesgada coronación absoluta de Netflix como productora a tener en cuenta en los grandes círculos de actualidad cinéfila.
Lazzaro feliz (Lazzaro felice, Alice Rohrwacher, Italia, 2018)
En esa revisión (o temporal resurrección, según se quiera ver) del neorrealismo que es Lazzaro Felice, Alice Rohrwacher narra la fábula atemporal de un hombre puro en medio de una sociedad corrupta; un mundo cuya desoladora imagen hace que el adorable lobito que deambula por la cinta -ofreciendo la clave para su lectura- parezca bastante menos salvaje que los humanos. El relato, no exento de sorprendentes tintes míticos y anacrónicos que lo dotan de un cierto halo sobrenatural, consigue provocar al espectador, no tanto por el espectáculo del mal, sino -mucho más incómodo- ante al escándalo del bien.
Un lugar tranquilo (A Quiet Place, John Krasinski, EE.UU., 2018)
Un buen año para el terror, con más de una producción en estas listas repasando lo (supuestamente) mejor. Un lugar tranquilo redefine algunos códigos del género, y ofrece escenas asfixiantes (la secuencia del clavo en la escalera puede provocar taquicardias) mezclado con un trasfondo dramático familiar que deja que avance la película entre la tensión, el miedo y el interés por saber en qué lugar dejará el destino a cada protagonista. Se le perdona incluso el irregular final solo por la originalidad de la puesta en escena.
Most Beautiful Island (Ana Asensio, EE.UU., 2017)
Una de las mejores sensaciones que te puede dejar un película es la de asistir al nacimiento de un creador. En este caso de una creadora como Ana Asensio, quien además de dirigir y escribir el guion de este maravilloso thriller, lo protagoniza de forma sobria y convincente. Una de las sorpresas del año gracias a una trama que no hace más que crecer. Un argumento sencillo que se convierte en una pesadilla y del que lo mejor que puedes hacer es no saber nada y enfrentarte desnudo a él.
Climax (Gaspar Noé, Francia, 2018)
Detractores, aduladores, adoradores y lameculos no se ponen de acuerdo a la hora de juzgar a Gaspar Noé y eso solo le convierte en alguien genial. Climax de nuevo llega para no dejarte respirar, para incomodarte, para que el placer culpable de querer más te haga replantearte tu equilibrio emocional. Ni más (ni menos) dura que Irreversible (2002) ni más (ni menos) densa que Enter the void (2009), Climax es un carrusel de emociones instintivas a ritmo de una de las mejores bandas sonoras del año. Un delirio ultramoderno con el clásico montaje made in Noé, que tardará MUCHO tiempo en irse de tu cabeza.