Tom Cruise parece haberse convertido en un género cinematográfico en sí mismo, él mismo produce sus películas, las supervisa, coloca directores o los despide; se rodea de gente eficaz para que siempre quede un producto con pocos elementos reprochables pero de los que es muy difícil enamorarse. Que Doug Liman tiene un par de éxitos y son bien recibidos por la crítica, pues el bueno de Tom le llama para que le dirija en su nueva película; que le apetece relajarse y hacer una comedia romántica habla con Cameron Crowe o, como en el caso de la cinta que aquí nos ocupa, la secuela de Jack Reacher (2012) de Christopher McQuarrie, con el que también trabajo en Misión Imposible 5, le encarga la dirección a un artesano con mucho oficio como es Edward Zwick. Realizador con una carrera notable, de eficacia contrastada con trabajos como Tiempos de gloria (Glory, 1989) Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1994) o Diamante de sangre (Blood Diamond, 2006) protagonizada por Leonardo DiCaprio, coincidió con Cruise en El último samurái (The Last Samurai, 2003). No parece mala formula el rodearse de gente con un cierto bagaje para obtener los resultados esperados, pero claro, deja poco lugar para las sorpresas y la innovación.
Han pasado los días de querer dejar su huella en la historia del cine, lejos quedan los intentos de ser un actor artísticamente respetado por todos, no ha tenido la paciencia que sí tuvo Paul Newman, cuya carrera está llena de paralelismos con la de Tom Cruise (al igual que sucedía con la dupla Redford-Pitt). Y es que, ya no aparecen en su filmografía títulos como Nacido el 4 de Julio (Born on the Forth of July, 1986) o Magnolia (1999), supongo que se hartó de la academia y de estar en todas las quinielas para luego verse invadido por la decepción. Ahora hace películas para divertir (y divertirse) y si le apetece colgarse de un edificio a 600 metros del suelo o engancharse a un avión durante el despegue lo hace y se olvida de ínfulas de grandeza y de lo realmente duro del oficio de actor.
Con Jack Reacher ha encontrado su nuevo Ethan Hunt, pero con mucho menos encanto y más antipatía, y todo tiene aroma a franquicia. En esta adaptación de las novelas de acción de Lee Child, nos encontramos con el excomandante inmerso en un complot de venta de armas y tendrá que escapar junto a una comandante, interpretada por Cobie Smulders, con la que parece que les unirá algo más que la amistad, para demostrar la inocencia de ambos.
Uno de los aciertos indiscutibles del film es el ritmo constante y la forma clásica de mostrar la historia, con una estructura de falso culpable, llena de fugas y persecuciones (¿cuántos kilómetros corriendo aparecen en la película?) que consiguen que el entretenimiento esté asegurado, a pesar de la cantidad de elementos inverosímiles e improbables de la historia. Pero claro, cuando el film parece estar rodado con un manual, todo y digo todo, es absolutamente previsible, el interés se traduce en una sensación efímera y volátil, un entretenimiento pasajero que no llega al final del metraje. Se aprecia la falta de riesgo en el resultado final y nos deja una clara idea de que no es necesario que sigan haciendo secuelas, que ya nos las sabemos y que no hace falta ver la misma película una y otra vez. Es, en definitiva (salvo honrosas excepciones), una película de Tom Cruise.
Lo mejor: las persecuciones al estilo de la vieja escuela.
Lo peor: lo previsible del conjunto.