El controvertido director griego Yorgos Lanthimos vuelve al panorama cinematográfico con Langosta (The Lobster), un trabajo cercano al thriller en el que describe, con su ya inconfundible estilo, la persecución a la que son sometidas las personas que no tienen pareja dentro de una sociedad que ha demonizado la soledad del individuo.
Lanthimos, cuyo modus operandi no escatima en detalles y golpes de efecto, tiñe cada fotograma de esta fábula sobre el amor de un tono mate que, irremediablemente, acrecienta la sensación de ausencia total de emotividad (la escena del jacuzzi es escalofriante). La consecuencia inmediata de este matiz visual es la de colocar al espectador en una disyuntiva inevitable durante la primera parte del film: la interrelación entre los diferentes personajes que nos describe Lanthimos ¿Es un despliegue de reacciones artificiales? ¿Todos los personajes fingen o en realidad se ha establecido una mecánica automática del corazón?
Para dibujar este escenario, el realizador griego utiliza nuevamente esa violencia conceptual ya experimentada en sus películas anteriores, implícita en las frases y los gestos que nos encontramos durante la primera hora y que el guión escrito por el director junto a Efthymis Filippou – que también escribiese Canino y Alps – conduce de manera virtuosa gracias a su peculiar puesta en escena: largos planos fijos, movimiento de los actores con una disciplina casi teatral, uso de la cámara lenta… Todo esto acompañado, generalmente, por una banda sonora clásica basada en melodías de violín y cello.
Sin embargo, el problema de Langosta, que hasta aquí es un relato de lo más sugerente, llega cuando la película se parte en dos, casi literalmente. Una grieta tan difícil de salvar como el destino de muchos de aquellos que se atreven a desafiar al personaje interpretado por Lea Seydoux, líder de una suerte de resistencia que “acoge” a todos aquellos que han desafiado al orden establecido; ese que no entiende de hombres y mujeres solas; ese que caza solteros a golpe de escopeta.
Llegados a este punto, Colin Farrell, que hace un buen trabajo de interpretación, se cambia de chaqueta para mostrar las verdaderas herramientas del corazón libre. Sin embargo, la película de Lanthimos, que parece querer cortar por lo sano para contar otra historia radicalmente diferente aunque apoyada en los mismos cimientos, patina ligeramente al caer en algunas redundancias disfrazadas de nuevos argumentos. El filme se limita a volver a enseñar los dientes con recursos similares que hacen perder caballos y velocidad a la perturbadora propuesta de Yorgos Lanthimos.
Sea como fuere, no sería justo no reconocer el atrevimiento de un director que no deja indiferente a nadie. Michael Haneke, cuya filmografía es un claro referente del cineasta griego, dijo una vez: “Todo el que infringe la corriente básica de pensamiento, y no me refiero solo al cine, generalmente es provocativo” De ahí lo magnético del cine de Yorgos Lanthimos, todo un desafío para los sentidos.