“Es mejor tener a los escorpiones bajo la oscuridad”. Con esta metáfora, percibimos el vértigo y miedo que sintió Sigmund Freud al dibujar las bases de su famosa teoría sexual. Y es que Freud, pasión secreta (Freud, the Secret Passion, 1962) es una ambiciosa película que retrata los rincones más profundos de la mente del padre del psicoanálisis, así como sus inicios con el profesor Charcot, personaje casi mesiánico que lo introduce en el hipnotismo. Asistimos también a su evolución como psicólogo al lado del doctor Breuer, con quien realiza sus “estudios sobre la histeria”, hasta separarse inevitablemente a causa de su revolucionaria teoría sobre la sexualidad en la infancia, que provocaría el rechazo de todo el colegio de médicos, pero que le reportaría fama y prestigio a nivel mundial. Presenciaremos el abandono de la hipnosis para dar paso al psicoanálisis, tal y como hoy lo entendemos.
La película posee un guión rico en matices, una puesta en escena atenta a todos los detalles y un protagonista (Montgomery Clift) magnético que gana en presencia a medida que avanza el film. La fuerza y profundidad de su mirada, casi rozando la locura, revelan su pasión interna. El personaje crece y evoluciona interiormente a la vez que lo hacen sus investigaciones (del todo escandalosas) que acabarán por cambiar para siempre la idea de la consciencia humana.
Nos situamos en Viena, año 1885: un jovencísimo Freud empieza a destacar sobre el resto de médicos por su curiosidad hacia el fenómeno de la histeria. La osadía de internar a una paciente afectada en el hospital del doctor Meynert, le hará abandonar la ciudad para dirigirse a París a estudiar las técnicas del profesor Charcot, que a través de la hipnosis demuestra cómo los síntomas no tienen siempre un origen fisiológico. La música, las palabras del doctor pronunciadas como si fuese un predicador y la tensión de la escena nos muestran la técnica como algo casi diabólico, representando así como era la visión de la época a cerca de todo lo que no fuera medicina tradicional. Subconsciente era un concepto completamente desconocido y el sexo, un tema absolutamente tabú.
La película recurre constantemente a recursos estéticos, como el crucifijo que vemos en la pared durante una sesión de esta técnica en el hospital y que indica la oposición entre ese mundo tradicional y encorsetado contra la nueva puerta que está abriendo el profesor Freud. O los escorpiones con los que ensaya el doctor Meynert, cuyo veneno es mejor no dejar aflorar hacia la superficie (como el subconsciente). Esta idea rondará la mente de Freud cuando sus investigaciones se vuelvan reveladoras, pero tortuosas al mismo tiempo.
Los “Estudios sobre la histeria” junto a Breuer, supondrán la ruptura decisiva entre Freud y la medicina tradicional. Y una barrera se traspasa cuando conoce a Von Schlosser: el primer paciente que revele un conflicto sexual como fondo de su histeria y además, relacionado con la figura materna. La posterior pesadilla del doctor, cargada de simbolismos que se irán resolviendo a lo largo del film, nos revelan la importancia y la angustia que le provoca este nuevo descubrimiento sobre la mente humana. Así comienza su teoría sobre la sexualidad, escandalosa, inaceptable y rechazada incluso por su compañero Breuer.
Así, Freud, pasión secreta, dirigida por John Huston en 1962, es un fiel retrato de la sociedad de la época, de las concepciones sobre la sexualidad, la religión y sobre el papel de la mujer. Además, supone una interesante propuesta para comprender el pensamiento de una de las figuras indispensables del S. XX, Sigmund Freud. Asistimos paso a paso a la creación de una de las teorías más revolucionarias de todos los tiempos y a los inicios de las terapias con psicoanálisis, hoy tan extendidas, incluso tan cool, pero que resultó absolutamente innovadora e inquietante en sus principios.