El Sindicato existe. Al menos eso defiende la FMI, que anda en litigios por demostrar su eficacia frente a la CIA y al mismísimo gobierno. Ethan Hunt (un Tom Cruise con mucha gasolina) vive casi fugitivo tratando de demostrar la existencia del Sindicato y luchando a su vez con ellos, un plantel de agentes tan preparados como implacables. Ahora todos lo buscan, así que entre él y su equipo deberán demostrar que el Sindicato es una realidad que quiere adueñarse del Mundo.
La última entrega de las andanzas del agente Ethan Hunt (aunque es oficial que habrá un sexta), son dos películas en una. Por un lado, tenemos una primera hora fenomenal, adrenalítica y muy eficiente como filme de acción y superespías. Por otro, una segunda parte más vulgar, menos arriesgada, en la que la película da un ligero bajón dramático y todo pierde vitalidad, sobretodo su villano, bastante poco carismático. Esto acaba lastrando a la película, que cojea en este aspecto tan importante y, aunque tampoco podemos exigirle más a Nación secreta, sí querríamos haber visto un esfuerzo mayor en el sprint final.
Pero esta es la franquicia que tenemos. Una sucesión no excesivamente regular de películas sobre agentes secretos y cachivaches de última generación que ha cumplido en cada una de sus entregas. Tom Cruise, que por mucho que algunos se empeñen en no reconocerlo es un profesional como la copa de un pino, se esfuerza una y otra vez para que Ethan Hunt, ese espía atractivo y arriesgado a partes iguales, no pierda ni un ápice de la fuerza con la que comenzó su andadura en la gran pantalla. A esto se ha sumado una cuidada realización de las secuelas y un casting bastante acertado en su mayoría de elecciones; Simon Pegg, Rebecca Ferguson, Alec Baldwin o Jeremy Renner, que aparecen en esta quinta aventura, mantienen el tipo durante toda la película y secundan la hiperactividad de Cruise con buena actitud.
Pero he aquí que llega el gran problema de Nación secreta: no hay villano a la altura y no hay villano que evite la monotonía en la que nos vemos inmersos en una parte de la película que debería haberse mantenido al nivel de los minutos anteriores. Y es perjudicial por dos razones. Una es que esto hace que recordemos, como tantas otras veces, a actores de la talla de Phillip Seymour-Hoffman, que interpretase con rotundidad a Owen Davian en la tercera parte de Misión Imposible. Y la segunda, que se produce ese temido desequilibrio que tambalea el argumento al provocar que todo, absolutamente todo, gire entorno al protagonista. Y eso, en una película de buenos y malos, es un serio problema.
Con todo y con esto, Misión Imposible: Nación secreta no es un fiasco. Cumple, entretiene, continua fiel a sus seguidores y deja un buen sabor de boca. No maravillará a nadie, se nota cierta pérdida de forma, pero no de dignidad. Cuando dentro de un tiempo Ethan Hunt vuelva a necesitarnos en la butaca, allí estaremos.
Lo mejor: Tom Cruise es un todoterreno. La película también.
Lo peor: el villano no está a la altura y eso perjudica al filme.
Por Javier Gómez.
@blogredrum