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Críticas

La luz de mi vida: Homo homini lupus

Es posible que el desagradable periplo de Casey Affleck tras la demanda que presentaron en su contra la productora Amanda White y la cineasta Magdalena Gorka, en la que alegaban acoso sexual y haber sufrido «angustia emocional» durante el rodaje de I’m Still Here (I’m Still Here: The Lost Year of Joaquin Phoenix, 2010), haya provocado en el actor, guionista y director una necesidad urgente de redención. La luz de mi vida (Light of My Life, 2019) podría hacer pensar que, para Affleck, este relato indie sobre un padre y una hija escondidos en el bosque después de que una epidemia mortal haya acabado con la mayoría de mujeres, sirve para pedir perdón, mostrar su arrepentimiento por comportamientos pasados y reconquistar los buenos ojos de la opinión pública.

Más allá de teorías que pueden ser o no ciertas, la realidad del filme de Affleck es la de un trabajo delicado y de alguna forma personal que profundiza en la relación padre-hija mostrada a través de diferentes situaciones: se suceden escenas de irresistible belleza en las que la película transita por sensaciones como el peligro, el dolor, la ternura o el amor incondicional; de la mayoría de estas secuencias, el interesante relato de Affleck, que también es una oda calmada al trayecto de las emociones, sale victorioso. Inevitablemente, la interpretación del estadounidense resulta de lo más verosímil y sincera (no hay que olvidar su trabajo en Manchester by The Sea, tremendo), hecho al que da réplica la joven Anna Pniowsky a través de su sorprendente naturalidad ante la cámara. Es probable que, sin esta química y el talento de ambos, La luz de mi vida hubiese visto mermadas unas virtudes que, aunque indiscutibles, dependen en cierta manera de sus actuaciones y de una necesaria honestidad en el dibujo de sus personajes.

Con esto y con todo, La luz de mi vida no pretende -o eso parece- ser original. Sus referencias, relativamente obvias, se encuentran en largometrajes distópicos como La carretera (The Road, 2009) o Hijos de los hombres (Children of Men, 2006), aunque la apuesta de Affleck por el tono intimista y una sencilla puesta en escena -donde lo hermoso no está en lo que compone cada plano, sino en cómo cada elemento está fotografiado- distancia su película de la pomposidad narrativa de las películas de John Hillcoat y Alfonso Cuarón. Así, Affleck pone hincapié en que en su película -de cierto tono contemplativo- lo que realmente debe trascender es la fuerza sobrenatural de un lazo parterno-filial solo vulnerable al ataque del propio hombre, que, en palabras del romano Plauto, es un lobo para el hombre.

Lo mejor: Las dos interpretaciones, la música de Daniel Hart y un intenso tramo final.

Lo peor: Aunque no pretende que su relato sea innovador, se echan de menos algunos elementos que renueven el subgénero apocalíptico.

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