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Cine norteamericano

Green Room: Atrápame si puedes

La alargada sombra de los ochenta se vislumbra en parte importante del cine fantástico y de terror de nuestros días demostrando casi empíricamente que las teorías sobre la influencia de esa década tan brillante fue, es y será una referencia ajena e inmune al paso del tiempo.

Green Room, del interesante director Jeremy Saulnier, bebe del estilo más «carpenteriano» (permitidme la pretenciosa expresión para referirme al influjo del irregular director estadounidense) para mantener en pie un estimable nivel de tensión a lo largo de todo su metraje, sin duda, una de las grandes virtudes de esta película mezcla de reivindicación punk con la mejor Serie B, aquella tan turbadora como divertida. Porque sí, a pesar del género al que parece pertenecer Green Room es angustiosamente divertida.

Imaginaos por un momento que tenéis un grupo de música. Aceptáis casi cualquier trabajo, tocar donde sea necesario para llevar vuestros salvajes temas al agradecido público que quiera disfrutarlos. Esta vez el lugar es algo especial: una reunión de skinheads con ganas de juerga, pero sin intención de hacer nuevos amigos. Preocupante, al menos, pero ¿por qué no?.

Para construir esta emocionante historia de supervivencia entre rudos y asalvajados cabezas rapadas, Saulnier ha contado con los jóvenes Anton Yelchin e Imogen Poots como protagonistas, además de la perturbadora presencia de Patrick Stewart, que rompe su dinámica interpretativa para cambiar de aires y adoptar un rol de villano implacable que logra a la perfección. Ninguno de los personajes que desfilan por el film, hasta aquellos puramente testimoniales, se ha dejado sin pulir, por lo que el resultado final se revela emocionante y sobre todo autentico.

Green Room se aleja en forma y fondo de la anterior película del realizador, la interesante Blue Ruin, se despoja de las sutilezas que pudimos ver en esta y se suelta el pelo para entretenernos con un producto superior a la media. Un thriller palpitante con retazos gore que, sin ser extraordinario ni excesivamente original, cumple a la perfección como entretenimiento de cierta calidad, buen trabajo de producción y reivindicación del cine ochentero más cool.

Lo mejor: angustia, entretiene y divierte a partes iguales.

Lo peor: a pesar de su buena factura, no es especialmente novedosa.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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