Tom Hansen (Joseph Gordon-Levitt), un joven escritor de tarjetas de felicitación que acaba de conquistar el corazón de la misteriosa Summer Finn (Zoey Deschanel), sale a la calle y empieza a desfilar– al ritmo de You Make My Dreams Come True de Daryl Hall y John Oates– mientras las ominosas fuentes de la ciudad de Los Ángeles se encienden, los viandantes bailan y un pájaro animado le congratula antes de que se suba a un ascensor del que saldrá con cara larga porque esa misma chica ha dejado tanto su puesto de trabajo como la relación sentimental que mantenía con él. Justo en ese momento, (500) Días Juntos (500 Days of Sumer, 2009) se autoproclamó como una de las comedias románticas más creativas y arriesgadas de su década.
Resulta indiscutible afirmar que la ópera prima de Marc Webb, una historia de amor indie que consiguió alzarse con los sesenta millones de dólares en taquilla y dos nominaciones a los Globos de Oro por su descomunal arsenal de creatividad y la explosión de química que flotaba entre sus protagonistas, podría considerarse como uno de los títulos más relevantes del cine romántico de los últimos veinte años.
Escrita por Scott Neustadter y Michael H. Weber –responsables de joyas como la infravalorada The Disaster Artist (The Disaster Artist, 2017) y la muy sensible The Spectacular Now (The Spectacular Now, 2013)–, (500) Días Juntos ha conseguido que diez años más tarde siga siendo reconocida como aquella infame historia que rompió con los clichés que habitualmente inundan las fantasías románticas de Hollywood, algo que sólo había podido entreverse en títulos como La Boda de mi Mejor Amigo (My Best Friend’s Wedding, 1997) y Love Actually (Love Actually, 2003) por la escasez de cineastas que se atreven a retar la integridad de los cimientos que soportan a un género tan estructurado en las cabezas de los espectadores como es el de la comedia romántica.
Valiéndose de una estructura no lineal y de una infinidad de ataques a la fuente de la que se alimenta, el primer largometraje de Marc Webb presenta sin sutileza alguna –y con un gusto tan cuidado como rastrero– lo que El Graduado (The Graduate, 1967) sólo se atrevió a insinuar: que el amor a veces fracasa. Y es que, aunque el acertadísimo narrador defienda que la historia del ingenuo Tom (Levitt) y la escéptica Summer (Deschanel) no es de amor, lo que (500) Días Juntos demuestra es precisamente lo contrario: que las relaciones de amor pueden no llegar a buen puerto sin que esto les reste valor alguno. Porque, pese a no ser eternas, hay muchas relaciones que cargan nuestra vida de significado, una fórmula que siete años más tarde utilizaría Damien Chazelle para traernos su exquisita –y mucho más perdonada– La ciudad de las estrellas (La La Land, 2016). Es por esto que, cuando en la conclusión del filme de Webb el protagonista traspasa la cuarta pared y mira con picardía a la cámara, todo espectador debería sonreír. Porque es ahí donde reside el auténtico poder de una película que, aunque parezca huir de los finales felices, los proclama. Y es que tanto Tom como Summer comen perdices, aunque éstas –irónicamente– no terminan estando en el mismo plato.