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Cine norteamericano

Wonder Wheel: La noria de Corín Tellado

Hay cierta corriente de opinión que, apoyada por la trascendencia menor de trabajos como Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), A Roma con amor (To Rome With Love, 2012) o Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014), piensa que el cine de Woody Allen se ha resentido en esta última década. Por su parte, aquellos que defienden de principio a fin la trayectoria del cineasta neoyorquino recuerdan a los desencantados que Midnight in Paris (2011), Irrational Man (2015) o Café Society (2016), hicieron funcionar la maquinaria a base del inagotable combustible del realizador. Ahora, con la llegada de su última película, Wonder Wheel (2017), es posible que ambos frentes firmen una tregua, pues este es, posiblemente, el trabajo con menos ADN Allen de su imponente filmografía.

Sin embargo, es esta otra de esas historias de sorpresas y desencantos, de personajes, luces y sombras, de épocas pasadas donde largos paseos reflejaban anhelos, dichas y desdichas. Y aun así, con muchos de los ingredientes que Woody Allen ha utilizado para su cocina del cine, Wonder Wheel es la menos reconocible de sus obras, poseedora de un guion insípido, casi vulgar. A pesar de los esfuerzos, pues Kate Winslet, Jim Belushi y Juno Temple entregan lo mejor de sus repertorios, parece el de un anodino Justin Timberlake el personaje sintomático del resultado final del film: como ese Mickey, un socorrista de la playa de Coney Island poco carismático, la película posee un halo tragicómico con presumible sustancia que, según avanza, va despojándose de su disfraz para revelar que no ha sido más que un vistazo al vago existencialismo implícito en «lo que pudo ser y no fue» de algunos de sus personajes, también el de su relato plano y de pocas alternativas para el público.

¿Son, quizá, los 82 años de Woody Allen la razón por la que éste haya perdido algo de su habilidad para diseccionar las idas y venidas emocionales del ser humano?. Bien podría ser un motivo de relativa lógica, pues la edad merma facultades, pero todo se complica -y surge una evidente contradicción- cuando el director muestra la misma fuerza de siempre en lo que respecta a arquitectura narrativa y factura técnica. En ese sentido Wonder Wheel no es una excepción, por lo que a la propuesta se le podría suponer un éxito casi seguro. Pero no es así, Allen, que tiene en la mano otra bonita caja de bombones con lazo, se olvida de su contenido y firma un guión torpe del que se adueña una exasperante desidia según avanzan los minutos. La historia evoluciona por lugares comunes y reflexiones triviales, todo muy alejado, siempre, de las conclusiones y los pensamientos, algunas veces profundos y pausados, otras de histérica genialidad, que el cineasta ha ido plasmando a lo largo y ancho de su obra cinematográfica. En Wonder Wheel existe una sensación de trama simplona, de personajes de trazo grueso, de obra mal concebida, de golosina sin azucar.

Y todo esto a pesar del envoltorio, un bonito recipiente que se remonta al boardwalk de Coney Island en los años 50, escenario que se ha encargado de reproducir Santo Loquasto y de fotografiar, no sin un exceso colorista que acaba por resultar ligeramente empalagoso, Vittorio Storaro. En este entorno de rojos, azules y naranjas, sus protagonistas, menos iluminados debido al poco acierto del libreto, pasean sus desgracias para acabar mareando la perdiz en la casa donde conviven Humpty y Ginny (Belushi y Winslet), y es, sobre todo en ese contexto doméstico, donde la película cae al vacío, dominada por sus diálogos de telenovela y la poca (o ninguna) gracia de las situaciones a las que Allen expone al espectador. Como no podría ser de otra manera, el clímax, antaño momento de lucimiento del director, se ahoga en lo previsible de su argumento y no funciona ni como guinda de este insulso pastel. Es Wonder Wheel, por méritos propios, la reproducción tangible de la falta de inspiración del Woody Allen más remolón que se marca con su película algo así como una suerte de novela que bien podría haber firmado la mismísima Corín Tellado.

Lo mejor: Los primeros minutos, un paseo con mucho encanto por la icónica Coney Island.

Lo peor: Posee un guión condescendiente y simplón, más propio de una telenovela que de una película de Woody Allen.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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