En el año 1974, Philippe Petit llevó a cabo uno de esos crímenes que no resultan un acto criminal, sino un hecho artístico que dejó a quien lo presenció con la boca abierta y con una de las mejores anécdotas que cualquiera pudiese contar jamás. Ni siquiera había alcanzado los veinticinco años cuando consiguió realizar uno de esos sueños que más de uno consideraría una locura y no un objetivo vital a lograr, pero a él le valió para pasar a la historia. Y no demasiadas personas pueden presumir de ello sin haber alcanzado el medio siglo de vida. Petit caminó sobre un cable que unía a las Torres Gemelas y James Marsh convirtió esta inusual hazaña en un documental que no solo logró más premios y reconocimientos de los que se esperaba, sino que reconvirtió a este funambulista con un inexistente miedo a las alturas en un héroe como pocos habían visto en el pasado.
Lo cierto es que la ilegalidad de este paseo a tantos metros del suelo no fue un impedimento para que Philippe Petit estuviese cerca de seis años preparándolo. Tampoco lo fue para que hiciese que los corazones de los presentes se parasen durante los cuarenta y cinco minutos que este estuvo suspendido entre las dos torres. Esto es precisamente lo Man on Wire le da al espectador. No es solo una historia más sobre una hazaña cualquiera que hizo que el mundo no hablase de otro tema durante semanas. No. Lo que Marsh pretende no es convertir a Petit en otro héroe sin más, sino hacer de su historia un ejemplo de rebelión exitosa.
La estructura narrativa de Man on Wire invita a todo tipo de críticas. Y, sin embargo, es una delas más acertadas del cine documental reciente. La manera en que Marsh quiere construir una historia que tiene un único protagonista es tan sencilla y tan lógica que resulta complicado pasar por alto que la recreación de los hechos es el más inteligente de los recursos disponibles. Trasladar al espectador a 1974 únicamente a través de imágenes de archivo es, cuanto menos, un trabajo tan mediocre como recurrente. Marsh va mucho más allá y reconstruye de forma dramática lo que ocurrió, la manera en que Petit y sus cómplices consiguieron infiltrarse en las Torres Gemelas y todo un proceso que solo un hombre poco cuerdo podría llevar a cabo.
La tendencia a pensar que un trabajo de este tipo no puede ser tan interesante como se plantea es un motivo más para visionarlo y no pasar por alto un documental tan entretenido como la mejor de las películas de acción. Y no solo eso. La certeza de que detrás de un hombre sencillo hay un acto tan valiente como cautivador (y, no nos engañemos, terrorífico) es una de esas razones que algunos espectadores se empeñan en obviar cuando en realidad son la esencia misma de un proyecto como este.
Philippe Petit estaba convencido de que las Torres Gemelas se habían construido para que él pudiese caminar entre ellas. Cualquier espectador tras haber visto Man on Wire podría convencerse de que este documental está hecho para que al público le sea imposible apartar la mirada de la pantalla.