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Cine Documental

Wild Wild Country: Buenos y malos

Creer es más fácil que pensar. He ahí la razón de que haya más creyentes.- (Anónimo)

Para bien o para mal, la forja de la historia de Estados Unidos ha sido, en sí misma, cantera de hechos inverosímiles y circunstancias difícilmente creíbles sucedidas a lo largo del tiempo. La idiosincrasia propia de un país mastodóntico y complejo, cuyo fruto ha sido ir pariendo una estructura social heterogénea y de comportamientos y creencias (no necesariamente religiosas) dispares, deja siempre un amplio margen para las historias más delirantes. Eso sí, todo, casi siempre, con un aire de thriller épico, como muchas de las películas de su mimado Hollywood. Así, las posibilidades de sucederse aquello de «a veces la realidad supera a la ficción» se multiplican cuando se habla del país que preside un televisivo y circense empresario llamado Donald Trump.

En 1981, mientras Grecia entraba en la Unión Europea o Adolfo Suárez dimitía como presidente del Gobierno español, un gurú hindú llamado Bhagwan, líder de la secta Rajneesh, y muchos de sus entregados seguidores decidieron plantarse en zona virgen estadounidense para construir la ciudad con la que todos ellos soñaban. La casualidad, o quizá la causalidad, los situó al lado de un pequeño y tranquilo pueblo llamado Antelope, en el estado de Oregón. Como era de esperar, entre aquellas gentes a las que pocas cosas habían alterado a lo largo de su existencia como ciudadanos de la Norteamérica profunda y los «rojizos» componentes de la nueva comunidad, se comenzó a gestar una tensión cuyos voltios traspasaron los límites del estado.

Medio mundo acabó por hacerse eco de un caso que ponía sobre la mesa una importante cantidad de factores dignos de analizar y cuyo tratamiento -por parte de los cuerpos de seguridad, la justicia y los propios ciudadanos- requería una imparcialidad difícil de aplicar ante la oleada de noticias y los enfoques de los medios de comunicación, tantas veces torpes a la hora de sesgar la información. Ahora, casi 40 años después y a partir de testimonios de todos los frentes, la miniserie documental Wild Wild Country (2018) se ha preocupado por el detalle al describir el nacimiento de la secta Rajneesh, su crecimiento y expansión, el traslado a EEUU o el ascenso y la caída de sus líderes primigenios. Al contrario que otros trabajos de la temática, la filosofía de la secta es la cuestión menos importante, pues el punto de mira de Chapman y Maclain Way -los cineastas responsables- se sitúa sobre las personalidades y motivaciones de varios protagonistas, la reacción de una ciudadanía autóctona temerosa ante lo desconocido, y la siempre aberrante necesidad de aniquilar lo que resulta diferente.

Siguiendo una línea rigurosa, el trabajo de los hermanos Way, que se apoya en los narradores reales para avanzar de manera lineal, pretende no dejar a un lado la otra cara de la moneda, una realidad que se sucedía a la vez que se ponían de manifiesto ciertas deformidades en la percepción de la religión y la inmigración de los norteamericanos. A pesar de sus principios pacifistas y naturalistas, el movimiento rajnishe ejerció algunas prácticas peligrosas e insensatas con la finalidad de establecerse y crecer, siempre capitaneado por Bhagwan Shri Rajnísh y, sobre todo, por su mano derecha: Ma Anand Sheela, quizá el personaje más fascinante de este trágico recorrido. Parece previsible la reacción de un país marcado por cierto rechazo a aquello que abandona sus estructuras sociales y de poder -¿quién es la secta?-, aunque nadie podría haberse imaginado cómo de salvaje se volvería el asunto.

Documental disponible en Netflix.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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