No son simios extremadamente inteligentes, capaces de convertirse en guerreros y plantar batalla hasta conquistar un planeta entero, pero casi. La propuesta del director de Delta, Kornél Mundruczó, es bastante original en su argumento y disfrutaremos, si es que se puede expresar así, de un largometraje alegórico que habla de las emociones, del amor por los animales, de su maltrato y, en su clímax final, de la venganza como solución ante el apartheid de las razas de perros que no son puras.
White God, galardonada con el prestigioso premio «Una cierta mirada» en el pasado Festival de Cine de Cannes y el premio Eurimages en el Festival de Sevilla, nos sitúa en una ciudad en la que los perros cruce de razas son abandonados debido al fuerte impuesto al que se obliga a pagar a sus dueños. Su futuro está en las perreras, en las peleas, a vagar perdidos sin rumbo o, finalmente, en morir sacrificados. Lili (la más que correcta Zsófia Psotta) , una niña de 13 años, luchará por encontrar a Hagen, al que su padre ha obligado a abandonar forzosamente.
El realizador húngaro rueda el largometraje con cierta frialdad, sobretodo en su primera mitad, lo que nos permite gozar de una introducción más que interesante, bien rodada y veraz. Su uso del primer plano y una cámara un tanto nerviosa enfatizan la relación de Lili con su padre y, a su vez, con su perro Hagen, a la postre protagonista casi total del filme. En esta primera parte, Mundruzcó utiliza poca partitura musical, lo que da cierto sentido a esa intención de desproveer de sentimientos una ciudad que, en algunas secuencias, parece fantasma.
Notaremos aun más ese aire apocalíptico a partir del momento en el que se establece el toque de queda, punto en el que la película adquiere un aspecto de thriller casi terrorífico que muta de un drama que contiene crítica social situado en el contexto de una hipotética sociedad que discrimina al animal que no es de raza pura, a un filme sobre la venganza que no escatima en enseñar la inevitable y desgarradora violencia más primaria.
White God es, en realidad, una película llena de metáforas sobre la condición humana en un mundo que no hemos sabido comprender ni gestionar. Un relato construido a base de referencias a aquellos conflictos sociales que, a día de hoy, siguen poniendo en duda la humanidad de la que presumimos.
Lo mejor: su tensión narrativa y un argumento impactante.
Lo peor: que algunos de sus paralelismos con la realidad sean auténticos.
Por Javier Gómez.
@blogredrum