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Cine Europeo

La vida de Calabacín: ‘Los 400 golpes’ animados

Debió ser toda una suerte que el productor de La vida de Calabacín (Ma Vie De Courgette, 2016) presentase a Claude Barras y a Céline Sciamma, él director de varias cintas de animación y ella directora de filmes como Girlhood (2014) o Tomboy (2011), toda una exploradora de la infancia y de la adolescencia. Juntos han escrito el guion del film del que os hablamos dando todo un campanazo desde que lo presentaron la Quincena de Realizadores del pasado festival de Cannes. Además, han conseguido colocar entre las nominadas al Oscar a mejor cinta de animación esta pequeña joya, toda una proeza estar disputándoles el premio a gigantes como Disney o Laika. Podría decirse que ya es toda una vencedora, porque imagino que los grupos de trabajo manejados por Barras debieron ser ínfimos en comparación con los presupuestos técnicos y humanos manejados por las majors.

La vida de Calabacín nos cuenta la historia de un niño, el Calabacín del título, que será llevado a un orfanato tras un trágico incidente. En ese lugar, asistiremos a su lucha por adaptarse y encontrar su lugar entre los otros huérfanos del centro.

Rodada en stop motion, nos evoca esa animación que veíamos en la televisión a finales de los setenta y primeros de los ochenta (sabrán de lo que hablo los que como el director nacimos en la primera mitad de los años setenta), arduo trabajo, ya que sólo podían rodar tres segundos al día. Contada de una forma ejemplar, mérito de un guion conciso y directo, nos sumerge y nos relata sucesos muy duros con una claridad y una naturalidad tan sorprendentes como difícil de ver en el cine de animación. La línea narrativa la convierte en una película para niños y adultos, francamente entretenida, y con la capacidad de saber equilibrar su evidente complejidad de manera que pueda disfrutarse también por los más pequeños de la casa. Huye del sentimentalismo y lo superfluo para contarnos una historia que conmueve sin necesidad de ser tramposa, y nos enfrenta a la dura de los niños en centros de acogida de tal forma que logra hacer que reflexionemos sobre la infancia sin ningún tipo de manipulación emocional.

La vida de Calabacín es una joya, muestra sus valores pero no es moralizante. Es una propuesta tremendamente entretenida y tierna, con personajes animados que, a nuestros ojos, se convierten en niños de verdad. Tiene la gran virtud, entre otras muchas, de hacer que recordemos nuestra niñez y sintamos lo que buscábamos por aquel entonces: ser aceptados y queridos. Todo ello, y mucho más, hace que la película se convierta en una imprescindible para todos los amantes del cine de animación y del cine en general.

Lo mejor: conmueve y entretiene sin caer en artificios.

Lo peor: por una vez, sus 66 minutos, nos dejan con ganas de mucho más.

Por Javier Gadea
@Javichul
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