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Cine Europeo

Van Gogh, a las puertas de la eternidad: Impresionismo poco profundo

El arte se está volviendo mainstream. Por todas partes pulula el merchandising de artistas elevados a la categoría de ídolos de masas. Nos quedamos con una Noche estrellada como diseño de calcetines o una máscara con bigotes que más nos suena de La casa de papel (2017- ) que del gran pintor surrealista Dalí. Pero a veces el cine se alía con el arte y juntos se enfrentan al público, mostrando esta vez una nueva aproximación a la mente atormentada del pintor de los girasoles más famosos del mundo. Al contemplar Van Gogh, a las puertas de la eternidad (At Eternity’s Gate, 2018) cualquiera puede preguntarse si de verdad era necesaria otra película sobre Van Gogh. El artista es para el cine un personaje tan recurrente que no nos extrañaría que fichase como nuevo superhéroe de Marvel. La lista de títulos que le preceden se acumulan, desde El loco del pelo rojo (Lust For Life, 1956) hasta la increíble animación de Loving Vincent (2017), pasando por Vincent & Theo (1990).

Esta vez, quien se arriesga a tratar la psique del holandés errante es alguien de su gremio: Julian Schnabel. Este hecho podría hacernos pensar que posee autoridad suficiente para reflejar el proceso mental y artístico, aportando algo nuevo. No obstante, lo nuevo y diferenciador es la actuación del gran Willem Dafoe. El binomio Schnabel-Dafoe recrea un Van Gogh que, como bien indica su título, se sitúa a las puertas de la eternidad durante sus últimos años. Se recrea al pintor como gran mesías del arte, lo que no es difícil de imaginar, ya que la huella del Dafoe de La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) es palpable en cada escena.

Estamos ante un genio errante, que peregrina con su caballete a cuestas, por los campos dorados de Arlés, en busca de esa luz que, al captarla, reflejará la eternidad para “personas que aún no han nacido”. Para ello, Schnabel usa recursos con los que ya ha experimentado: desenfocar la mitad inferior del encuadre para mostrar el frenesí y la creatividad del pintor; filtros saturados que evocan irrealidad, o pantallas en negro para resaltar los monólogos de Van Gogh.

Tras estas luces, vienen las sombras. Asistimos a la progresiva caída en la locura de Van Gogh y el rechazo de la gente, que le somete al ostracismo. Le sigue el martirio de sentirse incomprendido y abandonado, hasta el límite de ofrecer su oreja como ofrenda o a San Paul Gauguin. Y, por supuesto (lo que supone el gran acierto del filme) asistimos a la recreación de los milagros del genio, ya que se incluyen multitud de escenas en las que Van Gogh se entrega a la inspiración y simplemente, crea arte. Sin olvidarnos del toque de teoría conspiratoria al sugerir que el mito holandés pudo ser asesinado y no se suicidó. Si este misticismo bíblico no parece suficiente, hay más en la escena post-créditos.

No obstante, si bien Schnabel acierta al plasmar las luces que rodean al genio como una noche llena de estrellas, también cae en incongruencias. Nunca se mostró un Van Gogh tan lúcido en medio del huracán de su propia locura, llegando a parecer complaciente. Las estancias en el manicomio se acercan más a un retiro artístico que a un internamiento. Por otro lado, este nuevo Vincent expresa una conciencia tan grande sobre su don para la eternidad que choca con la realidad que pudo haber vivido como un pobre pintor que, pese a su prolífica producción, logró vender muy pocas obras en vida.

La película podría verse como un paisaje post-impresionista por la viveza de su paleta cromática y sus arriesgados planos. Con una diferencia: al alejarnos de la vibrante figura de Van-Defoe-Gogh, no vemos nada más. Quizás un esbozo de Paul Gauguin (Oscar Isaac) o un eco del bondadoso Theo (Rupert Friend), pero en términos generales, los secundarios resultan demasiado planos.

En uno de los diálogos de la película Van Gogh afirma: “Dios eligió un mal momento, me hizo pintor para gente que no ha nacido aún”. Quizás Schnabel también eligió un mal momento para reinterpretar al genio artístico más manido del cine y, efectivamente, se queda a las puertas.

Lo mejor: Willem Dafoe logra revivir uno de los autorretratos de Vincent Van Gogh.

Lo peor: El tratamiento de los secundarios y el contexto son casi inexistentes, como un trampantojo alrededor del genio pelirrojo.

Por Irene Morato
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