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Una de BRUCE LEE

Empecemos permitiendo que aquellos que odian las pelis de hostias y acción se rían de todo lo que van a leer a continuación. Bruce Lee se convirtió en un icono universal e inmortal a través del cine. Se acaban de cumplir 40 años de la misteriosa muerte del actor. Vamos, que se murió antes de que Carrero Blanco volase por los aires, o que Argentina fuese gobernada por militares, que se dice pronto. Y aun así, manda güevos, estamos hablando de un perfil reconocible, el de alguien que convierte su nombre en su bandera, y su trabajo en palabra de dios.

Soy el mejor, y lo sabes
No se escucha mucho “vamos a ver una de Harrison Ford”, o “anoche estaban poniendo una de Tom Hanks en la tele”. Pero todos hemos dicho alguna vez en la vida “acabo de ver una de Bruce Lee….”. No creó ningún género, pero transformo y llenó salas en occidente con historias de medio pelo, de esas que solo triunfaban en Hong Kong, y que antes de que él comenzara a encabezar las carteleras, ni siquiera tenían consideración de filme. Vamos, que antes de Bruce Lee no había cine de artes marciales entre los que poblamos estas latitudes. No le vino mal que a la vez se estrenase en USA «Kung Fu» (sí, la del pequeño saltamontes que la protagonizaba el tipo aquel que murió mientras se hacía una gayola), un proyecto que el propio Lee estuvo a punto de protagonizar pero que, como le ocurrió en decenas de ocasiones, fue apartado por su físico tozudamente oriental. Y es que a pesar de nacer en San Francisco, de ser reconocido en USA como un compatriota, de tener un nombre con reminiscencias confederadas, una rubia y preciosa esposa con cara de novia de América, y vestir a la moda de las calles de California, a Bruce Lee siempre le trataron (hablamos de productoras) como al chino de las rosas.
Vayamos a lo concreto. Después de hacer del criado Kato en The Green hornet (para la tv, claro), se largó a Hong Kong, harto de que los estudios yanquis no le mostraran más que desprecio. Arrasó con «The big boss«(aquí se lo curraron, y le llamaron Karate a muerte en Bangkok), y se colocó como la rutilante estrella de un género que habría de instalarse en nuestras pantallas gracias solo a su carisma. De ahí hasta «Enter the dragon«(Operación: Dragón, sin duda alguna su mejor film en cuanto a presupuesto y calidad). Por el medio ya se había repartido (como panes) con Chuck Norris (El furor del dragón), y había paseado por los platós de USA su filosofía y su forma de entender la vida, irradiando un magnetismo que llevó a grandes figuras de la vida pública a solicitar sus servicios como preparador. Su popularidad crecía como la espuma en una botella de Coca Cola cuando le añades Mentos.
Y fue entonces cuando el destino decidió que no habría más gritos, que no habría más patadas voladoras, o más crujir de vertebras. No habría más “tabla no devuelve el golpe”, ni “be water my friend”. El 20 de julio del 73 se apagaba la viva llama del mejor artista marcial que ha existido en el cine. Sí, están Jackie Chan, Jet Li, Steven Seagal e incluso Jean Claude Van Damme. Pero ninguno habría llegado a donde está si no hubiera sido por el poder hipnótico que Bruce Lee despertó en una sociedad americana necesitada de mitos interraciales, después de unos años 60 en los que las minorías quisieron que se les valorara, más allá de usar un cuarto de baño diferente en los bares de su propio país.

A punto de terminar la película que daría a conocer su filosofía de combate al mundo (Game of death), moría Bruce Lee a los 32 años de edad, por causas aún no aclaradas. La leyenda (y el merchandising) nacían y trascendían el cine.

Por J.M.C.
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