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Javier G. Godoy

Un Plan Perfecto (Gambit): malgastando energías

Partamos de la base de que de cada diez remakes que aparecen o pueden aparecer en un año, ocho son absolutamente innecesarios e inservibles, ya que ni mejoran el original ni aportan nada nuevo sobre el material conocido por todos. «Un Plan Perfecto» es una de esas nuevas «versiones» que dan por buenas las medias tintas, o lo que es lo mismo, un producto del que no se conocen ganas ni intención de sorprender a nadie.

En 1966, un señor llamado Ronald Neame, cuya filmografía no goza de ninguna obra maestra pero cuya regularidad dota su carrera de cierto estatus («El Hombre que Nunca Existió«, «La Aventura del Poseidón«, «Los Mejores Años de Miss Brodie«) rodó «Ladrona por Amor» cuyos protagonistas eran unos jóvenes Michael Caine y Shirley McLaine. Su buen hacer supuso 3 nominaciones a los Oscar en apartados artísiticos y técnicos y acabó resultando una comedia con cierto desparpajo y algunas escenas ocurrentes.

Pues bien, «Un Plan Perfecto«, su recién llegado remake, adolece de casi todo aquello que dio buena reputación a su predecesora y original y digo casi porque si esta película termina por ser una comedia visible aunque con contadas secuencias humorísticas (a pesar del empeño de todos los que trabajan en ella) es porque el elenco actoral resulta inevitablemente talentoso.

Colin Firth, Cameron Diaz y Alan Rickman, completan un llamativo casting que consigue mantener con reconocible talento (sobretodo los dos primeros) el poco interés que despierta el filme en sus primeros veinte minutos brindándonos ciertos momentos de agradecida expresividad que, sin embargo, a algunos puede resultarles  sensiblemente histriónica. Quizá este detalle sea inequívocamente necesario para dotar de ese humor caricaturesco los diferentes gags que se suceden a lo largo de la película y que, inevitablemente, recuerdan a aquellos personajes que Blake Edwards nos regaló en cintas como «El Guateque«, «La Pantera Rosa» o «La Carrera del Siglo«.

En definitiva, una comedia ligera que no hace gran homenaje a esa familia a la que pertenecen las películas de crímenes y robos donde es prioridad la carcajada y que, a falta de un guión ocurrente y trabajado, procura atraparnos con la generosidad artística de su trío protagonista o la buena factura de su banda sonora y de su fotografía (a cargo de Florian Ballhaus, hijo del gran Michael Ballhaus) pero que en ningún momento logrará que no echemos de menos a las grandes (o no tanto) obras del género.

Por Javier Gómez

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