Llega el turno de Mel Gibson que se une a la lista de realizadores que se han acercado, de una u otra manera, a la extensísima filmografía sobre la Segunda Guerra Mundial. El director, protagonista de una polémica retirada de la realización a causa, entre otros escándalos, de algunas manifestaciones de índole antisemita, vuelve después de diez años de ausencia tras la cámara y un interesantísimo legado a sus espaldas para dirigir Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge), la historia del primer objetor de conciencia del ejército norteamericano. Para ello, ha contado con el guión de Robert Schenkkan, Randall Wallace y Andrew Knight que, apoyados en la «conquista» de un lugar conocido como Hacksaw Ridge durante la batalla de Okinawa, construyen un conmovedor relato basado en la controvertida decisión del condecorado soldado Desmond Doss: participar en la guerra sin coger un arma.
Gibson, que durante su anterior periplo en la dirección mostró un gran nivel con películas como Braveheart (1995), La Pasión de Cristo (Passion of the Christ, 2004) o Apocalypto (2006), se introduce de lleno dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial para intentar remover estómagos y conciencias. Pese a la buena intención del director por narrar las consecuencias de una decisión de lo más insólita, Hasta el último hombre no posee el aura de sus otros trabajos, perdiendo, por su ampulosidad y cierto artificio, la trascendencia de aquellas películas que lo situaron como uno de los realizadores que más impacto eran capaces de generar. La puesta en escena que plantea el film rebosa espectacularidad y cierto respeto histórico por los detalles, pero huele demasiado a estándar hollywoodiense y a exceso de solemnidad. Es por esto que, en conjunto, la última película de Mel Gibson brilla más por sus momentos de acción que por el calado de las razones de su existencia como producto cinematográfico.
Lo que no puede negarse una vez vista, es el esfuerzo de todo un equipo por reflejar una batalla que debió ser tremenda. El asalto a la montaña conocida como Hacksaw Ridge, en plena ejecución de la Operación Iceberg, contiene momentos en los que aflora esa facilidad de Gibson para crear secuencias de gran intensidad, adrenalíticos instantes previos a un clímax determinado, que acaban por introducir al espectador en el fragor de una lucha cruel y sin cuartel. Debido a esta (muy consciente del efecto) concepción escénica, el film no escatima en medios y decisiones para convertirse por momentos en un documento explícito y ligeramente desagradable, motivo por el que estos tramos resultarán apasionantes para unos e innecesarios para otros. Sin embargo, y pese al meritorio rodaje de esos minutos que resultan lo más destacable de la película, el guión y la puesta en escena de todo el proceso previo a la llegada del personaje de Desmond Doss al ejército, es un acartonado trámite que se extiende peligrosamente en varias escenas del film; el romance de Doss previo a su partida, la llegada al cuartel, la interacción con sus compañeros y el trato de los militares de mayor rango que no toleran su posición en contra de las armas, son satélites con poca maquinaria que se limitan a girar sobre las secuencias más belicosas, el único punto fuerte de todo el metraje en cuya elaboración Gibson se deja todo su talento a la vez que provoca un importante vacío en el aspecto emocional y humano de la película. Este detalle, que hubiese resultado crucial dentro de una planificación más profunda y menos grandilocuente del mismo relato, juega absolutamente en contra del valor de la cinta y se convierte en un lastre del que jamás es capaz de deshacerse.
Intentando dejar de lado ese matiz humano falto de desarrollo, y a pesar de lo verosímil y loable de los tramos más aguerridos, Hasta el último hombre pierde parte de su credibilidad por culpa de un casting poco acertado, concretamente en lo que al personaje principal se refiere, papel para el que se escogió a Andrew Garfield. El actor californiano, pluriempleado desde su aparición en La Red Social (The Social Network, David Fincher, 2008), no acaba de resultar un gran transmisor de emociones, por lo que su apariencia de modelo de catálogo de ropa juvenil sumada a su bobalicona expresión, le hacen resultar bastante poco carismático. A pesar de todo, el intérprete aterrizará de nuevo en nuestros cines el próximo 6 de enero, protagonizando también la esperadísima Silence, dirigida por Martin Scorsese. Por su parte, actores como Vince Vaughn o Sam Worthington, ejercen sus roles con esfuerzo, pero causan un efecto parecido al del joven Garfield: el atractivo y la personalidad que deberían imprimir a estos personajes clave brillan por su ausencia. Por destacar algo positivo en cuanto a la elección de actores, podríamos acordarnos de Hugo Weaving, que es, quizá, el más intenso y acertado de todos.
Hasta el último hombre puede disfrutarse como un aceptable trabajo sobre otro suceso de la Segunda Guerra Mundial cuya esencia posee, tiene cierta épica que recuerda a los grandes clásicos, seguro, pero se echa en falta el impulso y el riesgo que Mel Gibson acuñó en sus trabajos anteriores. Braveheart o Apocalypto captaban la atención del patio de butacas con propuestas diametralmente opuestas en lo que a su narrativa se refiere, pero ambas películas resultaban emocionantes y sólidas gracias al peso de sus guiones, a la grandeza de sus personajes y a lo acertado de sus competencias técnicas y artísticas (también lo hacía La Pasión de Cristo, aunque sus conclusiones son más discutibles). El último film de Gibson no destaca en nada de lo que se hizo antaño y esta disminución del talento acaba por perjudicar el global de una cinta resultona pero sin ningún resplandor.
Lo mejor: el primer asalto a Hacksaw Ridge.
Lo peor: le falta alma, lustre y un protagonista carismático.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum
