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Cine norteamericano

Turbo Kid: Al ritmo de una BMX

Si algo caracteriza al Festival de cine fantástico de Sitges, sobretodo en sus últimos años, es en la capacidad para destapar alguna que otra joyita de ese tan maltratado pero querido género cinematográfico, logrando dar visibilidad a proyectos tan dispares como las ganadoras Holy Motors (Leos Carax, 2013), Ringu (Hideo Nakata, 1999), En compañía de lobos (Neil Jordan, 1984) o, más recientemente Orígenes (Mike Cahill, 2014) o la vencedora de este 2015 The invitation (Karyn Kusama, 2015). Turbo Kid solo se ha podido llevar un merecido premio por su banda sonora, absolutamente evocadora de aquellos ochenta que algunos conocemos tan bien, pero nos vale de la misma manera que las que acabo de enumerar para darle el valor a un festival que crece cada año con un descaro fenomenal.

La película dirigida a tres por los canadienses Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell está hecha con el amor – entiéndase el término en su significado menos romántico – y la ilusión con la que un chiquillo juega con los muñecos a los que más cariño tiene, los que le acompañan todos los días en el suelo de su habitación, de los que no querrá deshacerse jamás. Esta es la sensación que trasmite el trabajo de la dirección de Turbo Kid que, a su final, consigue divertir y hasta podría decir que emocionar. Por qué no.

The Kid es un chico que debe sobrevivir en un apocalíptico y desgarrador mundo en el que el agua se ha convertido en un bien casi imposible de conseguir. Para ello, deberá enfrentarse a Zeus, un siniestro personaje, dueño y señor de los parajes inhóspitos que serán testigos del enfrentamiento entre la temible banda y aquellos que, como The Kid y su cómic de superhéroes, no están dispuestos a aguantar más la represión.

A uno le resulta imposible no meterse de lleno en un film que, a priori y a tenor de la peculiar propuesta, podría parecer una chorrada. Pero Turbo Kid no tiene nada de chorrada porque es perfectamente consciente de su objetivo el que, además, no tiene ningún problema en alcanzar. La película flirtea con algunos componentes de éxitos como Mad Max (George Miller, 1979) o Los bicivoladores (Brian Trenchard-Smith, 1983), también E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) durante aquellas persecuciones a los chicos en bicicleta, pero estos aspectos los lleva a su terreno en su propio beneficio, por eso, Turbo Kid, en realidad, no tiene nada que ver con esas películas. Se ríe de ellas a la vez que las venera. Es un quiero… y puedo.

© EMA Films / Timpson Films

© EMA Films / Timpson Films

Con su divertidísima autocondescendencia, Turbo Kid se las apaña para no parecer un cutredivertimento para freaks aferrados a la tan referencial década de los ochenta. Este detalle podría haber arruinado una película que sabe jugar en la delgada línea que la separa de convertirse en un producto para la mofa de uno para el culto, porque la mayoría de su metraje es un acierto de planificación, aunque suene a broma. Temas como Knight of Cidonya o Playtime is over de Le Matos, animan el despiporre de sangre y pedaleo de una película ciertamente original. Una road movie con delirios de ochenterismo de los que no se libra ni Michael Ironside, el villano en ciernes de uno de los grandes divertimentos del pasado Festival de Sitges, un evento que cada año se adelanta a la Navidad con regalos como este.

Lo mejor: sus homenajes, referencias y banda sonora.

Lo peor: si la sangre te marea, mira hacia otro lado.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum

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