Siempre debería evaluarse la obra de un autor consagrado en base a sus rasgos de identidad; a sus maneras, sus gestos y la mirada con la que ha fijado el objetivo a lo largo de su filmografía. En caso contrario, la perspectiva crítica se adultera en favor de una valoración con argumentos más pobres y, seguramente, un rigor cuanto menos discutible. Con su última película, el director alemán Christophe Petzold demuestra esta máxima completista, pues En tránsito (Transit, 2018) exigirá a gran parte del público una visión general de sus trabajos previos.
Sin embargo, no todo es perspectiva en esto del cine. A la película de Petzold le tiemblan las piernas gran parte de su metraje, incluso si se tiene en cuenta su interesantísima trayectoria y el tratamiento de la tensión narrativa, las cuestiones político-sociales y los fascinantes personajes femeninos de anteriores trabajos como Fantasmas (Gespenster, 2005) Bárbara (2012) o Phoenix (2014). En En tránsito todas esas cuestiones se ven diezmadas por un guion confuso cuyo objetivo parece emborronarse con el paso del tiempo. A la extraña -por desatinada- profundidad de los personajes, se une una reflexión sobre el fascismo y la inmigración en tiempos de guerra que no acaba de encontrar su supuesto sentido en medio de un difuso planteamiento conceptual.
Ya en el ecuador, cuando parece dar con una vía de escape en la relación sentimental de los protagonistas, la película se estrella contra todo el popurrí de cuestiones y metáforas expuestas con obstinación, a la vez que acaba con casi toda esperanza de generar un vínculo emocional con el espectador cuyas esperanzas se han ido diluyendo poco a a poco.
Sin duda, existen en el film del alemán manifiestas intenciones de hablar sobre aspectos como el abandono y los abandonados, los justos y los injustos, la represión o los héroes anónimos en las infamias de la Historia, pero su tacto de témpano de hielo acaba de convertir esta historia de refugiados y fantasmas en una exhortación frustrada sobre la laberíntica condición humana en los mayores dramas humanitarios.
Lo mejor: Franz Rogowski, un inquietante actor al que seguir de cerca.
Lo peor: Su ambigüedad histórica y contextual ayuda poco al desarrollo de los conceptos que maneja.