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Cine asiático

Después de la tormenta: Retrato de una familia

Esta es una historia que ya nos han contado, aunque claro, no lo había hecho Kore-eda. Y aunque es, en concreto, el relato sobre una familia japonesa, esta se revela como totalmente universal.

Ryota es un escritor que un día tuvo éxito, pero que no ha vuelto a escribir y tiene problemas con el juego. Ahora está divorciado, tiene un hijo al que ve poco, y cuya pensión pasa con retraso. Intenta ganarse la vida como detective privado, y visita a su madre siempre con la doble intención de llevarse algo para empeñar. Está podría ser la sinopsis, aunque el director japonés logra contarnos mucho más con muy poco. Se acerca a lo cotidiano con otra mirada, sin juzgar a sus personajes y con mucha naturalidad. Kore-eda nos sitúa ante una familia convencional, con sus luces y sus sombras, pero también algo disfuncional, y lo hace con su pasmosa capacidad de darle a sus películas ese aire costumbrista y usual.

Una vez más, los personajes femeninos son los fuertes, los que miran hacia delante, no son perfectos pero al menos no son cobardes. Y todo esto sin desdibujar a su protagonista, un perdedor anclado en el pasado, sin referente paterno, rodeado de estas mujeres que intentan, cada una a su manera, que tome las riendas de su vida. Ese padre ausente, en esta ocasión fallecido, es un personaje más en la historia, y sobrevuela en el día a día del protagonista por todo aquello que no le dijo.

Y entonces llega la tormenta, ¿Cómo punto de inflexión? ¿Cómo punto de no retorno? ¿Cómo metáfora? Puede que todas sean válidas. En la película se vive en un verano que se alarga, que no termina de irse; como los personajes aferrados a un pasado reciente, también deben asumir la nueva situación, la etapa que se acaba. Toca empezar de nuevo, y la lluvia, el agua, es un elemento purificador, renovador.

Hirokazu Kore-eda repitió con Después de la tormenta (Umi yori mo mada fukaku) en el Festival de San Sebastián por segundo año consecutivo. Este año no se llevó ningún premio, pero volvió a encandilar a crítica y público. Sus más fieles no tienen nada malo que decir de su última criatura; hay quienes le comparan negativamente con el cineasta que más admira, Yasujiro Ozu, y dicen que como el gran maestro, puede estar cayendo en la repetición. Otros, sin embargo, que sigue su maravillosa senda e incluso mantiene su esencia.

El director escribió este guión, el más personal según sus propias palabras, para Kirin Kiki y Hiroshi Abe; ellos ya eran madre e hijo en su película Still walking (2008). La actriz japonesa de 73 años, que muchos recordaran por la reciente Una pastelería en Tokio (An, Naomi Kawase, 2015), aporta los momentos más tiernos y divertidos de la cinta, despliega humanidad y sabiduría, y nos deja pequeñas perlas dichas con toda naturalidad: “La vida es sencilla”.

Lo mejor: la autenticidad de la vida cotidiana.

Lo peor: tener en la cabeza Nuestra hermana pequeña, que le quedó redonda.

Por Sandra Sedano
@ReggieHolly
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