Decía el escrito polaco Stanislaw Lem que «las ideas son como las pulgas, saltan de un hombre a otro pero no pican a todo el mundo». A Pere Altamira y Juanjo Giménez Peña, guionistas y director, uno de esos bichos saltimbanquis se les instaló para hincarles bien el diente. Timecode (2016), de quince minutos de duración, fue seleccionado entre más de cinco mil para competir, junto a otros diez, por la Palma de Oro del Festival de Cannes. La idea de unir a dos personajes a través de una danza que resulta ser (casi) su única forma de comunicación -existe una crítica subyacente a las jornadas maratonianas de doce horas del gremio de la seguridad privada y el aislamiento que ello provoca- es el gran reclamo de este trabajo original y, en cierta forma, poético.
El contexto, un garaje en el que los coches van y vienen mientras los vigilantes realizan las rondas que aseguran que todo está en orden, invita al espectador que no conoce la historia a elucubrar rápido sobre lo que puede esconder un relato que comienza con planos que describen cómo el empleado se prepara para ocupar su puesto de trabajo. Un «¿Cómo ha ido la noche?» es lo único que comparten el horario diurno y el nocturno, pero un puente sorprendente se tenderá entre ambos personajes en lo que resulta la brisa genuina de este multipremiado cortometraje, todo un estímulo rupturista -y orgullo de nuestra cinematografía- frente a las historias más convencionales.