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Críticas

Thérèse D.: La Audrey Tautou más madura

La serenidad realista de los cuadros de Hopper, el encuadre de ciertas obras de Dalí, la luz que desprenden los impresionistas franceses… Qué buena es la fotografía que Gérard de Battista ha efectuado para «Thérèse D«, tan elegante como si de un lienzo se tratara.

Pero la fotografía es sólo una parte, porque detrás de la cámara, el verdadero pintor era Claude Miller, un hijo de la Nouvelle Vague que trabajó con Godard,  productor de Truffaut,…  Un currículum más que envidiable.
La última firma la puso en un ejercicio principalmente de contención. Siguió con el ejemplo de que menos es más, y Miller, fallecido en abril de 2012, ha dejado una obra póstuma aceptable, una adaptación de la novela de François Mauriac. Tiene grandes paisajes de fondo, y así consigue que la historia, -que no es ligera, sino que va cargada de trasfondo- se asimile mejor.

¿Qué quiere plasmar?  El tedio, la conveniencia, la vida provinciana y una sociedad plagada de reglas de los no tan felices años veinte en la campaña francesa en los aledaños de Burdeos. Y la verdadera protagonista, Thérèse, es una mujer que debe acatar las normas y casarse para aumentar el patrimonio familiar,  y asimilar que en ese mundo en el que ha nacido, los hombres tienen más derechos y las mujeres más obligaciones. Ella, cuyo padre le ha educado con cierta independencia, que no siente simpatía por los asuntos femeninos, reducidos a ser esposa y madre, se va a convertir en Madame Desqueyroux, e infunde ante su familia política el “miedo a que pueda pensar mucho”.

La actriz  Audrey Tautou da forma a una espléndida Thérèse. Inmersa en la treintena desde hace tiempo,  ya no es el rostro vivaracho del cine francés, pero el garbo y la elegancia, tan propia de su tierra, los mantiene a la altura. Muy en la línea de la Coco Chanel que confeccionó hace cuatro años, reitera el rol de una mujer a la que le ha tocado vivir una época que no le corresponde. La diseñadora rompió barreras para fuera, pero el presente personaje, que es ficticio, se encierra en sí misma y tiene más fuerza intrínseca que la que exterioriza en un primer vistazo.

De este modo, Tautou se carga a sus espaldas todo el peso de la película, y destaca más por los sentimientos que esconde que por los que muestra. Cuanta contención en esta mujer, una libre pensadora. Tendrá que pagar caro tal ansia de libertad. Sus actos, nunca justificados, son debido a la cárcel impuesta en la que se encuentra. La dureza y la oscuridad sobrepasan la pantalla. 

Como pareja tiene a su esposo Bernard, un hombre simplón, rústico y un tanto desagradable. Giles Lellouche sabe hacer un perfecto marido de provincias, y tras esa fachada de hombre campestre, el actor vierte más rasgos para que su personaje no que quede en un estereotipo. La pareja consigue que las conversaciones del matrimonio concertado puedan desprender una amargura tan seductora para el espectador. Anaïs Demoustier no se queda atrás en su papel secundario, Anne, la díscola amiga de la protagonista y hermana de Bernard,
Con una perfecta mano para la realización, Miller habla sobre el existencialismo, con un trasfondo del que se podrían hablar durante horas. Es una lástima que siendo la última obra del director no llegue a la matrícula de honor. Pero se disfruta, se admira y se reflexiona con ella. Presenta un bodegón de sensaciones que no pasan desapercibidas si se presta atención, como en las buenas obras pictóricas.
Por María Aller
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