Cuando iba a la universidad asistí a una conferencia sobre arquitectura y cine. Un profesor y arquitecto hablaba sobre la importancia que tiene el cine aunque afirmaba que el construir imágenes no tiene la misma responsabilidad que el construir edificios. Aseguraba que si una casa no está bien pueden morir cientos de personas, pero una película no puede hacer daño a nadie. Yo, que nunca puedo mantener la boca cerrada, le dije que estaba infravalorando al cine, El Triunfo de la Voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) había matado a millones de personas. El arquitecto, sin que sirva de precedente, reconoció que estaba equivocado con su idea. Sin duda la propaganda es el arma más potente que conoce el ser humano, los grandes conflictos del siglo XX no pueden entenderse sin su influencia y el ciudadano moderno tiene la obligación de desarrollar un pensamiento crítico para llegar a ser un buen espectador.
The Propaganda Game no quiere ser una película propagandística, tan sólo intenta mostrar algo que no solemos ver: Corea del Norte desde dentro. Uno de los objetivos del cine es calmar nuestras ansias de mirar aquello que nos es inaccesible. En este documental un director español es invitado a pasar unos días en la Corea comunista, pero lo hará acompañado a todas horas por sus guías de viaje, los cuales intentarán convertir la película en un episodio de Españoles por el Mundo. Pronto vemos que los ciudadanos coreanos también tienen una vida; los niños patinan en los parques, las parejas caminan sonriendo e incluso llegas a sospechar que toda esa gente debe ir al baño. Estamos tan sometidos a un bombardeo constante de propaganda occidental sobre todo lo relacionado con ese país que aquellas imágenes parecen todo un descubrimiento. Pronto el espectador se da cuenta que todas esas exageraciones que escuchamos sobre Corea han resultado contraproducentes. Toda esa distorsión hace que los ciudadanos occidentales tomemos distancia sobre este tema y nos lo empecemos a plantear como si se tratara de una ficción.
Una de las apariciones más interesantes de la película es la de Alejandro Cao, esa especie de comisario político español al servicio de Corea del Norte. Un personaje bastante siniestro de sonrisa eterna que en un momento de la cinta para a un ciudadano cualquiera y le pregunta por cómo se vive en aquel país. Este es sin duda uno de los planos más reveladores de toda la película. El hombre contesta vaguedades del estilo: “Corea… Hay que venir… es para verlo y no para contarlo…” este tipo de eslóganes cutres dignos de un anuncio de la Diputación de Turismo de Murcia no esconden lo realmente importante de la escena. La frente del ciudadano está cada vez más llena de sudor. El terror se puede ver en su rostro y uno entiende que a lo que estamos asistiendo no es más que un remake oriental del Show de Truman (Peter Weir 1998). Alejandro Cao asegura repetidas veces que en ese país nadie pasa hambre ni calamidades. Pero curiosamente sólo él y el amado líder parecen ser las dos únicas personas gordas de toda la nación.
Tras los 75 minutos de documental no tienes ninguna respuesta; pero sí tienes otro montón de preguntas para las que no hay una fácil solución. Este documental español nos demuestra que nadie sabe lo que ocurre en Corea del Norte, ni siquiera lo saben los propios coreanos, que son los que están obligados a soportar esta dictadura. Un régimen distópico que parece juntar lo peor del totalitarismo con la estética de un karaoke de barrio. Lo único de lo que estoy seguro mientras observo los créditos finales es que antes de irme a Pyongyang me compro un pisito de 50 metros cuadrados en el extrarradio de Albacete.
Lo mejor: ofrece la oportunidad de ver Corea del Norte desde múltiples perspectivas y deja al espectador espacio para que saque sus propias conclusiones.
Lo peor: los espectadores que esperen un mensaje claro y cerrado al terminar el documental saldrán frustrados de la sala.
Por Alberto Sierra
@albegto