Hay un cine negro alejado de los Armanis y de los pelos aceitosos. Hay un cine sobre la mafia que no viaja en coches de lujo ni celebra opíparas fiestas a orillas del lago Tahoe en un intento nostálgico de adaptarse al tiempo y el espacio. Hay algunos thrillers en los que el montaje no es una carrera espídica por situar la cámara en el plano más aberrante o en el montaje más alternativo. Hay un cine dedicado al crimen que se hace de otra manera, reflejando estratos sociales diferentes a los manidos en el cine negro americano. Un cine que lleva sus atentados y su terror social a lugares alejados de urbanizaciones de lujo o clubes nocturnos con poca tela y mucha purpurina. En ese extrarradio del cine glamuroso se encuentra The Line (Ciara, 2017) una producción eslovaca, rodada con muy buen gusto, con mucho oficio, y sobre todo, con un análisis del determinismo de sus protagonistas y de la situación de una zona de Europa donde no llega Ryanair.
Del casi desconocido director Peter Bebjack, el argumento de The Line narra la vida diaria de Adam (Tomas Mastalir) un peón de la mafia, que maneja su propia “familia” con mano de hierro, mientras su otra familia, la de sangre (qué ironía), está volando en mil pedazos. Si esto fuera poco, Eslovaquia, su hogar, su patria, está a punto de ser un miembro de la UE con todas las de la ley, lo que convierte la frontera de su país con Ucrania en uno de los puntos más calientes del contrabando del Viejo Continente.
Desde una perspectiva realista y con muchas dosis de humor negro, la película va avanzando por un camino lleno de tópicos del thriller clásico, emparentando con grandes obras en sus giros de guion, recordando el aparente poder de Christopher Walken en El rey de Nueva York (The King of New York, 1990) o tratando de superar obstáculos como solo Tom “Sullivan” Hanks supo hacer en la maravillosa Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002). La venganza, las luchas de poder, la violencia descarnada y explicita, la mamma, la poli, el soborno, la traición… todos estos elementos conforman The Line, con una fotografía notable, y con un trabajo actoral competente, un guion que maneja los tempos de la narración de forma muy madura, con un humor salvaje en consonancia con la fama de la Europa del Este. Remordimientos parapetados bajo el espeso humo de un cigarro que no se acaba nunca.
Premiada con el galardón al mejor director en el Festival de Karlovy Vary, cabe destacar la intensidad y carga dramática que aporta cada aparición de la madre de nuestro protagonista, una especie de Lady Macbeth manipuladora y violenta, segura de sí misma y de que sus decisiones están por encima del destino y el poder, interpretada magníficamente por la considerada primera dama del cine eslovaco, Emília Vášáryová.
Con momentos de alta intensidad dramática, rota siempre por un golpe de humor o por un paisaje boscoso fotografiado de manera natural y bellísima, The Line es un producto de lo más jugoso, a pesar de que pasea su devenir por los caminos de lo obvio, tocando cada uno de los tópicos del genero con la acción justa y un gusto exquisito por hacer una narración coherente y bien dirigida.