La saga Crepúsculo, para bien o para mal, ha sido un fenómeno social que no puede negarse. La historia de Bella Swan fue un sinvivir para los adolescentes de medio mundo que, además, no escatimaban en esfuerzos para, en cada estreno de la saga, ver en persona a sus ídolos Robert Pattison y Kristen Stewart, entre otros.
La responsable de tal hazaña literaria llevada al cine es Stephenie Meyer, una exitosa escritora estadounidense de 39 años que en 2008 consiguió situar su libro «Crepúsculo» en la cima de los más vendidos de EEUU.
Pues bien, ese mismo año, Meyer publicaba «La Huésped» (The Host), otra novela romántica y de ciencia ficción ambientada en un planeta Tierra invadido por una raza alienigena que ocupa el cuerpo del terrícola convirtiéndose en su huésped. Una premisa nada extraña si echamos un vistazo a la infinidad de libros y películas que basan su argumento en algo similar, pero con la diferencia de que, en este caso, la historia se edulcora con el amor entre alguno de los personajes.
Es por este delicado asunto (el del amor), donde «The Host» pierde todas las posibilidades de convertirse en una película respetable. Nadie pone en duda su validez pseudo-científica como ficción cinematográfica, porque las ha habido y las habrá mucho peores, pero la combinación con la épica romántica acaba resultando, ojo, no exagero, absolutamente horrible.
Si en la anteriormente citada saga crepusculiana veíamos escenas dramáticas que a uno le provocaban una involuntaria sonrisa, aquí vemos más de una secuencia que provoca risa, esa risa que es la peor noticia para un director: la carcajada causada por cierto bochorno y la sensación de ligera vergüenza ajena. ¿Dura afirmación? sí ¿Cierta? también.
«The Host» es una mala noticia para el mundo del cine. La ola de sagas que se nos echa encima promete cumplir con las peores expectativas, y el filme que nos ocupa es buena prueba de ello.
Ni Saoirse Ronan, un verdadero talento que viene empujando fuerte desde su aparición en «Expiación» de Joe Wright, salva la película con su esforzada interpretación de Wanderer/Melanie, papel que acaba dejándose arrastrar por la desidia argumental que inunda toda la cinta.
Por su parte, William Hurt, al que agradecemos ver aunque sea a mitad del metraje, cumple gracias a la experiencia de un actor con una filmografía inagotable, llena de grandes títulos. Sin embargo, y a excepción de estos dos actores, el resto del casting es sencillamente deplorable, incluida esa decepción llamada Diane Kruger, que aquí, es incapaz de transmitirnos sensación alguna con un registro expresivo casi inexistente.
El casting de jóvenes que completan «la resistencia» a los extraterrestres no merece comentario alguno, o quizá solo uno esperanzador: esperar que Stephenie Meyer no vuelva a cruzarse en sus carreras.
Ver esta película es elección de cada uno, juzgarla es obligación de todos. Una cosa es «Crepúsculo» y sus posteriores, y otra cosa es este relato al que un director como Andrew Niccol, responsable de títulos fantásticos como «Gattaca» o «El Señor de la Guerra», no ha sabido sacar provecho y cuya prioridad acaba siendo la de convertirse en fotografías para carpetas de adolescentes, o ni eso, porque hasta esos chicos y chicas, en edades tan delicadas e impresionables, acertarán al pensar que «The Host» es una auténtica estupidez que hunde cualquier intento de lograr que el amor pubescente también pueda llegar a ser autentica, heroica y grandiosa narrativa para el celuloide.
Por Javier Gómez