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Críticas

Tenet: Espías con moviola

La obsesión por el tiempo y el espacio del director británico Christopher Nolan le ha llevado a dar a luz una trilogía oficiosa (Origen, Interstellar) que cierra ahora con Tenet (2020), una nueva incursión en los circos temporales que su intrincada imaginación le ha permitido construir. Si bien en las dos primeras películas las piruetas argumentales podían disfrutarse abriendo bien la mente y dejándose llevar por su complejidad dentro de una lógica de verosímil ciencia ficción -con todas las licencias narrativas que eso conlleva-, en Tenet cambia ligeramente el panorama: La última película de Nolan es un desaguisado argumental disfrazado de compleja trama de espías, plagado de (sobre)explicaciones que no llevan a ninguna parte y un montaje que, a pesar de ser frenético, pone el acento más aún en la cimentación precipitada de su estructura de thriller fantástico.

Es de agradecer -al César lo que es del César- el esfuerzo de un director como el avezado Nolan por ofrecer al público aquellos blockbusters de calidad que tan poco aparecen por la cartelera, pero esta vez esa obstinación por la espectacularidad ha devorado aspectos tan cruciales como un mayor desarrollo de personajes (el villano es puro estereotipo y de los roles principales se sabe más bien poco), la necesidad de establecer un caos ordenado (las tramas van y vienen con excesiva anarquía), o un mejor planteamiento de las escenas de acción (la secuencia de los catamaranes es bochornosa).

La confusión reina en un film monumental para lo bueno y lo malo. La secuencia inicial, potente y por tanto esperanzadora, ya es una declaración de intenciones: no vais a entender nada, parece querer decir el director. Lo malo de este barullo de golpes, diálogos aparatosos y frases prefabricadas es que infectan al resto de la película. Hay una metástasis rimbombante e imparable que avanza en cada decisión de guion, en cada gesto impostado, en cada frenazo improbable, en cada bala disparada o en cada sopapo asestado. En definitiva, la forma en detrimento del fondo, una enfermedad terminal.

Crítica de 'Tenet': el demiurgo Nolan se suelta el pelo
© Warner Bros.

Como ya hiciese en Dunkerque (Dunkirk, 2017), el realizador tiene la intención manifiesta (y posiblemente equivocada, cuestión de sensaciones) de coger al público por la pechera apoyándose en una banda sonora que machaca sin cesar. Si en aquella ocasión eran las notas del omnipresente Hans Zimmer, ahora es Ludwig Göransson (oscarizado discutiblemente por su trabajo en Black Panther) el que se pone a los mandos. Nolan insiste en fusionar grandilocuentes -y cada vez menos creíbles- secuencias de acción con partituras que copan gran parte del metraje de sus películas, convirtiendo aquí cada incursión aventurera de los protagonistas en una estridente lección de cine que agrede a los sentidos.

Tenet volverá a polarizar las opiniones de un público poco motivado para acudir a las salas. La pandemia se merienda a dentelladas los porcentajes de gente que ha vuelto al cine, por lo que es de agradecer que el último trabajo del amado y odiado Christopher Nolan sea un imán para los que aún andan indecisos (lógico y normal). Eso sí, es posible que salgan de la proyección rumiando aquello de «me han dado gato por liebre». Y es que, como dicen algunos, mucho lirili y poco lerele.

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