Aquellas escenas poscréditos de Spider-Man: No Way Home (2021) vislumbraban otro taquillazo. Y sobre todo, marcaban la continuación de lo que la tercera aventura protagonizada por Tom Holland propagaba: la aparición del multiverso.
Sam Raimi se encarga de coger el testigo que puso en muy alto lugar Scott Derrickson en 2016. Y como a este le intimidaba hacer una historia más entregada al terror y no centrada en el personaje, Marvel Studios confió en alguien que ya había trabajado para un personaje de la casa, concretamente en la trilogía de Spider Man (una propiedad de Sony). Paradójicamente, Raimi les ha entregado un trabajo de género, además de una de las cintas más personales vistas en el MCU.
Al director le han dejado bastante libertad para esta secuela. Raimi demuestra, para deleite de sus seguidores, sus dotes como realizador en ambos géneros, terror y cine de superhéroes. Al igual que el hechicero supremo hace gala de sus poderes, él hace lo propio conjugando ambos estilos, dando lugar a una película muy destacable y con personalidad propia, un objetivo complicado dentro de los productos Marvel.
Pero Doctor Strange en el multiverso de la locura (Doctor Strange in the Multiverse of Madness, 2022) posee más que estos dos parámetros, porque la película tiene drama, el que lleva el personaje de Wanda, una madre capaz de jugar con la realidad y la irrealidad para proteger a sus hijos. Elizabeth Olsen no ha brillado tanto en su carrera como aquí. También comedia, gracias al guion y los referentes al cine de Raimi, y hasta amor: el «ni contigo ni sin ti» entre Stephen Strange y Christine Palmer da para muchas dimensiones.
No obstante, Raimi no se olvida del conglomerado al que el largometraje pertenece y es fiel a la esencia que, guste o no, se mantiene desde hace ya varios títulos. Ahí están esas píldoras sorpresa para el -insaciable- fan de Marvel, unos momentos que pueden desentonar con la narrativa de Raimi pero no con la del MCU. Hay escenas poscréditos para deleitar hasta el final, e incluso en todo el filme se percibe cierta nostalgia. Mejor no explicar a qué se debe. ¡Ah! Y Danny Elfman se encarga de la partitura, que arropa el metraje ajustándose a sus necesidades. Una vez más, el reencuentro Raimi-Elfman resulta formidable.
Desde 2016 Benedict Cumberbatch sigue demostrando que no hay nadie mejor para portar esa capa mágica mejor que él. Ha hecho a Stephen Strange como Robert Downey Jr. hizo lo propio con Iron Man o Chris Evans con Capitán América. El hecho de jugar con varias versiones suyas es un plus que no defrauda.
Aunque, como dice el título esta es una película sobre el hechicero, sus compañeras se ponen de igual a igual: por un lado está Bruja Escarlata, trayendo de vuelta a Elizabeth Olsen. La actriz ofrece las consecuencias de lo sucedido en WandaVision (2021), y va más allá: demuestra los lados negativos que no se habían visto de su personaje. La joven Xochitl Gomez hace una gran presentación de America Chavez dentro del MCU. Por desgracia, muy desaprovechada regresa Rachel McAdams. Ella y Cumberbatch tienen la química perfecta necesaria para que, superhéroes aparte, una pareja –o no pareja, como sea este caso- sea creíble.
El cine de superhéroes ha cambiado mucho desde 2007, el público marvelita está habituado a otros ritmos. Raimi se ha adaptado a ellos sin abandonar su sello personal. Strange será el hechicero, pero quien pone aquí la magia final es el realizador.