Después del visionado de Spider-Man: Lejos de casa (Spider-Man: Far from Home, 2019) se concluye, antes de nada, que esta película es mejor que su antecesora. Sin prisa y por partes: Su contexto no es difícil de adivinar, los hechos se remiten a poco después de lo acontecido en Vengadores: Endgame (Avengers: Endgame, 2019) donde Peter Parker (Tom Holland) recupera su vida “normal” cinco años después del chasquido; éste debe lidiar con el hueco que ha dejado para él la pérdida de Tony Stark y su legado, el cual todos menos el propio Parker parecen querer que herede.
Igual que en Spider-Man: Homecoming (2017) junto al hombre araña vuelve el resto del reparto, MJ, Ned y compañía, con la diferencia de que todos han dado un paso más, todos han madurado o han sido obligados a atravesar ese tránsito después de todo, y juntos (aquí una de las principales diferencias con la primera parte donde eran relegados a meras escenas secundarias), han de enfrentarse a nuevos y poderosos villanos, Los Elementales, seres capaces de convertirse en grandes monstruos dominando los cuatro grandes elementos: tierra, agua, viento y fuego. Llegados a este punto, es clave la aparición de un enigmático compañero surgido de una dimensión post-chasquido, Mysterio (Jake Gyllenhaal).
Retomando la sentencia de la segunda línea, en la última visión de Jon Watts, a diferencia de Homecoming, se pone de relieve el paso hacia la libertad estilística y narrativa de la que antes no parecía haber gozado. Si bien es cierto que los villanos, tanto el Buitre de Michael Keaton, y sobre todo el Mysterio de Jake Gyllenhaal, mantienen el listón bien alto entre los dos títulos; los cambios que han habido, sin embargo, son notorios. El desarrollo de personajes tiene en Lejos de casa un gran número de escenas para demostrarlo: desde Happy Hogan y su, por momentos, surrealista romanticismo, hasta la cuadrilla de instituto con el minuto de gloria de cada uno. Mención especial a Zendaya, que roba todas y cada una de las escenas en las que figura para afianzarlas dentro del terreno juvenil, aspecto por el que destaca (y debería seguir destacando Kevin Feige) esta saga dentro del universo cinematográfico.
En la cinta hay tiempo para todo -otra de las virtudes demostradas-. Su tono jocoso se engrandece; ya las escenas cómicas eran de lo mejor en la primera parte y ahora no hacen más que corroborarlo. Por supuesto, después de los clímax de Endgame, Jon Watts parece consciente de que igualar cualquier escena de acción se antoja harto difícil, por lo tanto se posiciona con calidad en los distintos contextos «arácnidos» en el siempre firme terreno cómico. Watts se postula en gran parte del metraje de Homecoming como un director capaz de manejar a la perfección escenas de gran tono humorístico frente a las de acción, cojas por momentos de sentido, ritmo y orden narrativo. Sí que logra en su última propuesta una (presumible) libertad que éste demuestra, como gran ejemplo, en el uso de realidades que evocan a las mejores escenas de Doctor Extraño (Doctor Strange, 2016) como forma de redención por esa ausencia de acción.
A pesar de la fijación que sienten algunas sagas por realizar un «tour» europeo en alguna de sus secuelas, a Spider-Man: Lejos de casa la jugada le sale más que decente, porque este aspecto queda como un telón de fondo, de la misma manera que las escenas de combate dentro de lo que verdaderamente trata la cinta, la máxima vital para Peter Parker: La responsabilidad. La alargada sombra de Ironman empuja a Spider-Man a enfrentarse a “un poder que conlleva una gran responsabilidad” y así, lo que asomaba en Homecoming, termina de crecer en este estreno. Desde el desarrollo de personajes hasta la libertad de Jon Watts.
Lo mejor: Tom Holland y, sobre todo, Jake Gyllenhaal.
Lo peor: El listón que ha dejado Vengadores: Endgame