No ha pasado el tiempo suficiente para reponerse de las demoledoras palabras de Spiderman al final de Infinity War. Con un “no me quiero ir” se estremecía todo el universo Marvel a la vez que se abría un pequeño hueco a la esperanza porque, en definitiva, no se terminaba uno de creer tan cruel y despiadada maniobra. Es por eso que cuando se anunció Spiderman: un nuevo universo (Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018), las cuentas salían: una nueva historia fuera de la continuidad de la saga Vengadores que podía no estar relacionado con el Spidey de siempre. Y así era: un prólogo acelerado resumía a través de la egonarración del propio Parker su historia, repasando algunos de los mejores momentos de las películas de Sam Raimi, guiños cómplices con aquellos para los que el hombre araña fue aquel jovencito interpretado por Tobey Maguire que besaba boca abajo y bailaba por las calles de Nueva York. Pero esto es Marvel, lo que significa que todas las posibilidades están sobre la mesa: multiversos, realidades alternativas, viajes en el tiempo… Todos los horizontes y destinos al alcance de la mano y… de nuevo, la muerte de Spiderman.
Y, como no podía ser de otra forma, sucede un reinicio, algo que Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman, los directores del film, repiten a lo largo de la cinta como gag recurrente que sirve para parodiar ese juego de múltiples realidades posibles de las que la animación y el cómic hacen uso de forma constante. Es la estética de los cómics (pensamientos en rótulos, pantallas que simulan viñetas) la que impera a lo largo de todo el metraje que permite desplegar todo un imaginario visual con el que componer la versión más cool y atrevida del hombre araña: arte urbano para la creación de superhéroes.
Protagoniza el relato Miles Morales, un joven afroamericano que tendrá que su asumir una identidad que quizá no sea tan única, sobre todo atendiendo al desfile de ‘spiderversiones’ que se dan cita en pantalla. La condición de hombre (o mujer, o animal, o versión noir o anime) araña no determina el destino, tan solo se torna en una realidad peculiar con la que convivir. En medio de una frenética y psicodélica explosión visual se dan cita las pretensiones destructivas del villano (mastodóntica representación de Kingpin), una suerte de versión animada de Fringe, la creación televisiva de J.J Abrams con la que la cinta comparte el salto entre universos alternativos como remedio para tragedias familiares; con la caída y ascensión del héroe (la versión mediocre de un Peter Parker fracasado) y la superación de la adolescencia y los conflictos hormonales, paternofiliales y sociales que acompañan a Morales.
Spiderman: un nuevo universo encierra una moraleja sencilla (que no trivial) a pesar de su complicado (y fascinante) entramado visual, un aprendizaje para el que no siempre hay libro de instrucciones. Y es que la lección más importante -la que ayuda a pintar el retrato de uno mismo- a veces se encuentra entre las páginas de un tebeo (como en el brillante momento en que Morales se sirve de los cómics de Spiderman para aprender a controlar sus poderes), o entre las múltiples secuencias de una película, lo que aquí se convierte en una original propuesta, fresca, frenética y divertida que hace (para los fans) más llevadero el chasquido traumático de Thanos.
Lo mejor: La estética, la libertad creativa, la incursión en los multiversos, lo certero de la propuesta y ¡Spidernoir!
Lo peor: La devaluación progresiva del sentido de las escenas postcréditos.