La etapa de Sam Mendes llega a su fin. El director norteamericano decide cerrar su participación en la saga Bond de la mejor manera posible: llenando la pantalla de acción a raudales -como no podía ser de otra manera- sin perder en ningún momento su sello de clase y calidad, señas por las que se ha caracterizado la mayoría de su filmografía. De la misma manera, Craig hace los deberes y pasa a engrosar la lista de intérpretes del atrevido espía siendo uno de los más aclamados. Ahora solo falta que confirme si quiere seguir participando en próximas entregas… Y, bueno, que le permitan hacerlo.
La Seguridad Nacional pone en duda el trabajo de Bond y la efectividad del proyecto del MI6. Mientras tanto, en México, el famoso espía sigue la pista de un personaje al que debe ejecutar. Esa investigación y la persecución y aniquilación del proyecto se unirán irremediablemente para marcar el destino del agente 007.
Sin duda, e independientemente de si el reciclaje de la saga gusta más o no, Sam Mendes es un director que ha sabido imprimir en las entregas que ha dirigido todo lo bueno de su cine anterior. Ha mantenido intacta tanto su personalidad como realizador, como la del James Bond moderno al que, además, ha dotado definitivamente del carisma que había perdido durante aquellos años en los que era interpretado por algún actor más, digámoslo así, «blandito».
Que la clase y la distinción cinematográfica no están reñidas con la acción podremos comprobarlo en los quince primeros minutos del filme. Una tamborrada a la mejicana nos introduce con un sutil empujón en la trama que disfrutaremos durante algo más de dos horas. Un inicio trepidante que hace que el agente 007 tenga que colocarse el traje en más de una ocasión, todo lo contrario al espectador, que no se moverá un ápice mientras permanece perplejo durante este arrollador comienzo.
Después de la tormenta llega la calma, pero por poco tiempo. Y esto es lo que, una vez más, ha sabido conjugar a la perfección Mendes. Lo maravilloso de Spectre es su mesura, aunque parezca algo incompatible. Nunca tendremos la sensación de estar saturados de tiros, persecuciones y motores de alta cilindrada gritándonos al oído. El realizador tiene las medidas exactas para que disfrutemos de igual manera tanto de las escenas más apabullantes, como de las secuencias más sosegadas e íntimas. Esto se sustenta sobre dos pilares muy sólidos: su experiencia como director y el contundente y bien armado guión de John Logan, responsable del texto de Skyfall y, si me permitís recordarlo, del guión de Gladiator, el fenomenal peplum de Ridley Scott.
Quizá sea más complicado degustar la interpretación de Daniel Craig, ese James Bond algo acartonado al que le aprietan los trajes un poquito más que a sus predecesores. Está claro que es el precio a pagar tras la reconversión del personaje de Ian Fleming de guaperas finolis, ligón compulsivo y aspecto de Arturo Fernández a la inglesa, en un tipo más musculado, algo menos estilizado pero mucho más contundente… y rubio.
Sin embargo, la sensación que nos deja el actor con una de las mejores salidas del agua de los últimos tiempos, es buena, por qué no decirlo. Ese lado menos contemplativo y puramente racial, camuflado en trajes de alta costura que, aun perturbadoramente ceñidos, podríamos decir que sientan bien, parece que nos ha dejado a todos contentos. Si Daniel Craig decide continuar no importará tanto como si lo hubiese decidido Timothy Dalton, actor bastante menos carismático, por poneros un ejemplo. Lo malo de esto es que los que se han hecho la ilusión de que el próximo 007 sea negro –ya sabéis de quién estoy hablando ¿verdad?– podrán quedar algo desencantados.
Sería injusto olvidarnos de la turba de secundarios de Spectre. Imposible dejar escapar la posibilidad -otra más- de adular con palabras el trabajo de un actor mayúsculo como Christoph Waltz que aquí, dicho sea de paso, no parece haber querido robar ningún plano al verdadero protagonista. Pero su sola presencia, aunque sea entre las sombras, ya hace que nos frotemos las manos. El actor austriaco es grande por sí solo y, a día de hoy, uno de los mejores intérpretes del panorama internacional. Y esto se siente durante toda la película: Waltz está ahí para sorprendernos en cualquier momento.
Lea Seydoux, Monica Bellucci, Ralph Fiennes, Naomie Harris o Ben Whishaw, son los secundarios de lujo que acompañarán a Craig en su cuarto asalto al personaje. En el caso de todos y cada uno de ellos tampoco hay fisuras. Sus roles están mimados, como todo en la película de Sam Mendes. Aquí no hay lugar para el despiste, ni para la falta de cariño. En cualquier ámbito del filme encontraréis ese respeto a la saga. Desde sus actores o su ágil guión, hasta la genial partitura de Thomas Newman (que también ha compuesto la banda sonora de El puente de los espías, de Spielberg) o la cuidada fotografía de Hoyte Van Hoytema, conocido por sus colaboraciones con Christopher Nolan.
Sam Mendes se despide a lo grande, sin aspavientos innecesarios, pero sin abandonar en ningún momento el espíritu casi inmortal de una saga y un personaje a los que les quedan muchos años de vida. Y nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, que lo veamos.
Lo mejor: mantiene intacto el espíritu de la saga con efectividad pero sin excesos.
Lo peor: la marcha tras esta entrega de su director, Sam Mendes.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum