El resultado de investigar los mayores logros de la humanidad puede llevar a un cineasta a comprobar la flagrante desigualdad de oportunidades que han disfrutado hombres y mujeres para formar parte de ellos. Llevado por la necesidad de hacer justicia, este 2018 el cineasta David Sington ha codirigido junto a Heather Walsh Mercury 13, trabajo con la misión de destacar la labor de aquellas mujeres que en 1961 realizaron las pruebas para viajar al espacio. Seguramente, este objetivo de dar visibilidad a sus esfuerzos nació al profundizar en la historia de la llegada del hombre a la luna y sus regresos posteriores, buceo en los hitos del ser humano que se convirtió en el debut de Sington y en el Premio del Público del Festival de Sundance 2007: En la sombra de la luna (In the Shadow of the Moon).
Polémicas de género aparte, David Sington dio el pistoletazo de salida a su no demasiado extensa filmografía con este emotivo documental, una cinta bien planificada que utiliza testimonios de los astronautas e imágenes inéditas filmadas por la NASA para cimentar su repaso a las nueve misiones que consiguieron llegar hasta la luna. Su narrativa convencional no evita que el desarrollo transmita la emoción de lo vivido por sus protagonistas; el mítico Buzz Aldrin, Eugene Cernan, Jim Lovell, que participó en la problemática misión del Apolo 13, o Michael Collins, el piloto del módulo lunar que esperó pacientemente mientras Aldrin y Neil Armstrong daban el legendario paseo, aparecen en el largometraje dando pelos y señales de sus respectivas tareas en aquellos apasionantes viajes. A excepción de Armstrong, que no interviene como uno de los testimonios y hace pensar en una negativa debido a su carácter extremadamente introvertido como la razón principal, y los fallecidos Pete Conrad, James Irwin y Alan Shepard, el resto de componentes de las aventuras espaciales en las que invirtieron los gobiernos norteamericanos logran conmover al espectador con su sentido del deber, la responsabilidad y, siempre, con una ilusión que prima por encima de cualquier otra motivación.
Apadrinado por Ron Howard, que ya había probado las mieles del éxito con su irregular Apolo 13 (Apollo 13, 1995), el film de Sington constituye un documento de gran valor emocional, pues insiste en explorar las sensaciones de los protagonistas y sus percepciones del resto de compañeros por encima de los datos técnicos de las misiones. Aquí, la ingeniería, la física o las matemáticas quedan en un segundo plano para dar paso a las realidades vitales de unos astronautas en los que millones de personas pusieron sus esperanzas en aquel momento de esplendor espacial, antes, durante y después de una carrera contra la URRSS que supondría la superación de todo obstáculo imaginable para llegar a la luna. La Guerra Fría tuvo también sus ecos en el espacio, donde rusos y norteamericanos enseñaban los dientes para evitar que el otro pinchase su bandera entre los cráteres y montículos grises del satélite natural más deseado. Al final, y a pesar de una primera barrera superada por el soviético Yuri Gagarin -el primer ser humano en viajar al espacio- fueron los norteamericanos los que consiguieron plantarse primero en la luna, empujados, quizá, por el entusiasmo de un presidente –JFK– entregado a la causa pero al que se le arrebató de golpe y porrazo la posibilidad de ver su sueño hecho realidad.
Con ojos acuosos, la ternura y la sabiduría implícitas en el paso de los años, los hombres que desfilan por En la sombra de la luna logran involucrar al público en su partida y regreso. Es inevitable intentar acercarse a aquello que experimentaron antes de ser elegidos para la gloria, a lo que vivieron durante el mayor reto de sus vidas, o a lo que hoy consiguen recordar con asombroso detalle. Así es como un cincuentón David Sington debutó detrás de las cámaras, suponemos que, al igual que el resto, ensimismado con las metas que la raza humana es capaz de alcanzar. Esas a la que sólo llegan unos cuantos señalados por la providencia que, posiblemente, rige todo este infinito universo.