Ermanno (Claudio Segaluscio, una de las miradas más tristes que he visto en pantalla en los últimos tiempos), es un joven que ahoga su deprimente apatía entre tragaperras y oscuridad. Lena (Sandra Drzymalska), una chica polaca que llega a Italia embarazada para dar en adopción a su bebé a los tíos de Ermanno. Durante el embarazo, el muchacho deberá cuidar de ella y reconocerla como padre, en un retorcido chanchullo burocrático.
Esta es la trama de Sole (2019), un film social exento de estridencias y de más que correcto resultado. Por un lado, la tristeza intrínseca de Ermanno, un joven sin aspiraciones que parece sumido en un continuo desencanto. Y por el otro, la frialdad aparentemente inquebrantable de Lena ante una experiencia a priori tan extrema. La convivencia entre los dos despertará inevitablemente un vínculo, pero en la película no hay espacio para el sentimentalismo barato ni para las florituras. Es una historia cruda, que desprende realidad y en la que la contención constante de los personajes consigue acrecentar una tensión siempre palpable.
En este film de interpretaciones intencionadamente comedidas y un gran trabajo de fotografía a cargo de Gergely Pohárnok, destaca también la paleta de colores, siempre fríos, metálicos. Al fin y al cabo, para Lena se trata de una transacción económica, aunque esa capa de hieratismo caiga en contadísimas ocasiones para acercarnos a su humanidad.
El peso cae indudablemente en los dos jovencísimos protagonistas y ese juego entre la frialdad y la tristeza funciona con total naturalidad, sin apenas banda sonora y con contados cambios de escenario. Un trabajo notable de contención para una trama indudablemente intensa, inteligente ejercicio de Carlo Sironi, nominado por esta pieza a Mejor Nuevo Director en los Premios David di Donatello de 2019.
En definitiva, un perfecto ejemplo de cine social que huye radicalmente del melodrama para acercarnos a la crudeza de la realidad de vidas sin aparentes oportunidades.
Lo mejor: La intencionada contención, que aporta una crudeza natural necesaria para no caer en el drama de sobremesa.
Lo peor: Por desgracia, también su estilo apaciguado y contenido, no apto para el público mayoritario.