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Cine norteamericano

Café Society: Sentimientos imborrables

Soy una de esas personas convencidas de que ciertas figuras de nuestra historia, de la clase, categoría o disciplina que sea, tienen que irse al otro barrio para que, con justicia espantosamente tardía, valoremos realmente sus talentos y sus logros. Esto, así de sopetón, podría sonar un tanto cruel, incluso macabro, pero creo de verdad que se trata de una triste dinámica del ser humano.

Woody Allen es una de esas figuras que, aunque aclamada en todo el mundo, necesitará irse definitivamente para que aquellos a los que aún les cuesta ver en él un autentico genio, se rindan ante su capacidad para, una y otra vez, seguir sorprendiendo con sus creaciones. Año tras año, aparecen a pares en las carteleras y eso, queridos lectores, es algo único e irrepetible.

Ahora, y después de que dejase a cierto sector de la crítica y el público con un agridulce sabor de boca tras Irrational Man, película que, aunque no llegaba a ciertos niveles de su filmografía, repetía el patrón inteligente y locuaz de todos sus guiones, el director de Nueva York vuelve a plantarse en nuestros cines con Café Society. No dudo ni un segundo al afirmar que este nuevo trabajo conquistará de nuevo los corazones heridos de aquellos seguidores desencantados pero ansiosos por ver al enjuto y peculiar maestro regalarnos otra de sus grandes obras cinematográficas.

Años 30 en Los Ángeles. El mundo del cine es un ir y venir de actores, directores, representantes y ejecutivos de alto nivel cuyas horas extras son un compendio de martinis secos y estrechamientos de manos que, más tarde o más temprano, firmarán los acuerdos más importantes de los grandes estudios. Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), el sobrino de uno de esos importantes ejecutivos (Steve Carrell), viajará desde Nueva York hasta la ciudad californiana para intentar trabajar a las órdenes de su tío. Una vez dentro, quedará prendado de la secretaria de este, una sugerente Kristen Stewart.

Interesante es ya, en principio, que Allen decida volver a trabajar con Vittorio Storaro como director de fotografía en detrimento de uno de sus colaboradores más usuales: Darius Khondji. Storaro, uno de los grandes gurús de la foto cinematográfica, baña el metraje de Café Society con un matiz que apaga ligeramente los colores a la vez que enfatiza el carácter bucólico de la cinta. Sin duda, la película posee una colección de planos tremendamente hermosos, fruto del gran trabajo de Storaro con el encuadre y la composición más el brillante diseño de producción de Santo Loquasto, habitual colaborador del director en tan apasionante disciplina. En ese sentido, el nuevo film de Allen logrará embaucar al patio de butacas introduciéndolo de lleno en el glamour y el famoso juego de Hollywood, santo y seña del día a día en la Meca del Cine.

© 2016 Gravier Productions, Inc.

© 2016 Gravier Productions, Inc.

Dejando a un lado el impecable envoltorio (una banda sonora repleta del mejor jazz de la época, también ayuda) es el turno de las motivaciones del realizador para trazar su historia, relato que, una vez más, habla de sentimientos y anhelos por lo que pudo ser y no fue. Allen se sumerge en las entrañas del amor para construir un guión rebosante de bella nostalgia por los más fuertes sentimientos, esos que, en la mayoría de ocasiones, solo inundan nuestra mente y corazón una vez. El trío Carrell, Stewart, Eisenberg, interactua con esmero y eficacia, funcionando como un engranaje perfecto dentro de los laberínticos cuentos que se gestan en la mente del genio neoyorquino, y es el resto del acertadísimo casting (siempre lo es) el que se ocupa de dar forma definitiva a una película sencilla, redonda y luminosa, unas veces locuaz, vehemente otras tantas. Allen no falla y plantea muy acertadamente la disyuntiva del amor racional (si es que este existe) frente a las sensaciones más sinceras y puras del autentico romanticismo.

Lo mejor de todo es volver a ver a Woody Allen en plena forma y demostrando, una vez más, su capacidad para fabricar tragicomedias que trascienden sin basar su éxito en el ruido que pretenden provocar otros. Café Society es una película que gestiona a la perfección el contenido dramático gracias a la maestría de un director que mezcla con sentido y exactitud la tragedia y el humor tan característicos en su cine. Es, quizá, esa manera de combinar dos géneros básicos la que ha convertido la trayectoria de Allen en una de las carreras más prolíficas, originales y lúcidas de la historia del cine, lugar que no sería lo mismo sin él. Eso sí, preferiremos que la eternidad tenga que esperar, el maestro aún tiene mucho que decir.

Lo mejor: la clarividencia y perspicacia de un guión cautivador.

Lo peor: algunos echarán en falta la vertiente más sombría del realizador.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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