No sé si John Carney es un músico metido a cineasta o un bajista al que le priva hacer películas. Tal vez sea un tipo al que la sensibilidad, las ganas y el amor por ambas le llevan a hacer un cine marcado por la música. Carney tocó el bajo en la formación irlandesa The Frames antes de dedicarse por completo al cine; en la banda empezó sus primeros coqueteos con el celuloide dirigiendo varios videoclips, de ahí la íntima relación entre cine y música en su biografía y su carrera. Autor de siete largos, no fue hasta Once (2006), su cuarta película, donde alcanzó un reconocimiento casi unánime, logrando que un film independiente con un presupuesto de 150.000 dólares recaudará más de 20 millones. El film, una delicia de trabajo que narraba la historia de dos músicos aficionados (otra vez la música) en Dublín, consiguió el Oscar a la mejor canción original en 2007 con Falling Slowly. Más tarde llego su incursión americana con Begin Again, una notable cinta ambientada en el panorama musical neoyorquino protagonizada por Mark Ruffalo y Keira Knightley.
En Sing Street, Carney vuelve al Dublín de principios de los 80 para contarnos su historia más autobiográfica, porque él también estudio en el instituto Sing Street, donde Conor (un magnífico Ferdia Walsh-Peelo), es forzado a acudir a clase. Allí conocerá a Raphina, una aspirante a modelo, por la que se quedará deslumbrado y con la comenzará la aventura de crear una banda musical a la que añadirán a su amigo Darren (Ben Carolan).
Carney vuelve tres décadas atrás para mostrarnos a una Irlanda deprimida y sumida en una crisis económica devastadora, donde muchos jóvenes fijan sus esperanza en emigrar a Londres o abrirse camino en el mundillo de la música a rebufo del éxito de bandas como U2. El director rueda con nostálgica mirada la historia de este chico, de forma emotiva pero sin caer en el sentimentalismo. Sing Street se convierte en una revisión de la adolescencia y de la pérdida de la inocencia, siempre cariñosa, sin estar lastrada por traumas trascendentales. Nos muestra a un grupo de adolescentes reales, con su descaro e inseguridades, que por amor a una chica (como pasó con tantas bandas no ficticias) dan forma a un sueño. Y precisamente nos habla de eso, de perseguir los sueños, de no abandonar, en una época de la vida donde todo es posible y las barreras existen para ser derribadas. Todo ello con un tono optimista, porque después de todo, la adolescencia da forma a nuestra personalidad y a quiénes somos. Otra de las virtudes del film es que, a pesar de todo, es realmente divertido; rebosa amigos para siempre y amores desgarrados. Es todo un acierto no convertir el film en un revival (ahora que tan presente está Stranger Things), tan solo es un reflejo emocional de un momento social, siendo las canciones las que nos transportan a esos ochenta repletos de grupos míticos. Este es otro de los grandes aciertos: la banda sonora, con temas de The Jam, The Cure o Motörhead entre otros, está completamente al servicio de esta pequeña joya, así que nuestros pies no podrán dejar de moverse con las aventuras de estos aprendices de la vida, con sus cabezas llenas de sueños y esperanzas.
Llega el momento de decirlo, esta película me ha gustado mucho, es emotiva, nostálgica y muy divertida, dirigida para todo el que haya sido un soñador y haya cantado ante miles de personas en la soledad de su habitación; para todo el que haya tenido ambiciones artísticas y para todo el que haya pasado por la adolescencia. Sing Street demuestra que cuando uno posee una buena historia entre manos no hacen falta montañas de euros para hacer una gran peli, hace falta ingenio, cariño, sensibilidad y vida, mucha vida.
Lo mejor: la evolución de Conor, de niño a hombrecito, marcada por las referencias musicales.
Lo peor: la escena del concierto en el instituto, quizá se haga demasiado larga y decaiga un poco.