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Festivales y Premios

Festival de Sevilla: Primer fin de semana

Arranca la decimosexta edición del Festival Europeo de Cine de Sevilla amenazada de alguna forma por la sombra de la incertidumbre; el eco del fracaso europeo, el auge de los nacionalismos y la urgente tragedia del exilio. Mientras aún se realiza el recuento de votos en nuestro país, se percibe en el aire y en el murmullo de los asistentes al festival un debate en el que lo político y lo cinematográfico se interpelan, a veces en directa confrontación. Es de esta confrontación violenta de la que saltan chispas, que precisamente hemos venido a contemplar y a dejar constancia.

Ante una Sección Oficial que ha optado por el reclamo del ya institucionalizado Rodrigo Sorogoyen, Revoluciones Permanentes abre con una íntima reflexión sobre los mimbres de una sociedad asimilada por la maquinaria del mercado. En Family Romance, LLC, una agencia nipona de mismo nombre ofrece a actores para que hagan las veces de amigos y familiares ausentes a sus clientes. Al parecer su director Werner Herzog se encuentra en otro rodaje que le llevará una vez más a enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza, pero por su tortuoso camino nos ha dejado una anomalía en su filmografía, intrigado esta vez por los pequeños resquicios desde los que lo virtual está sustituyendo a lo real.

La jornada del sábado la inauguró Bait, un sorprendente debut del británico Mark Jenkin rodado con una Kodak 16mm del año 76. Pero quizás lo que más sorprende es que su inusual formato está absolutamente al servicio de la puesta en escena, que recuerda al Bresson metódico de Un condenado a muerte se ha escapado ( Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut, 1956) cuando insiste en mostrar las manos, las herramientas y el fatigoso trabajo de Martin, un pescador sin barco que ve su hogar y su oficio invadidos por las garras del turismo. 

Hay infinitas formas de abordar lo histórico en el cine. Martin Eden, de Pietro Marcello, parte de una obra literaria de Jack London y nunca termina de apartarse de ella para ilustrar una época convulsa en la historia de Italia a través de su romántico protagonista. Los bruscos saltos tonales durante el metraje confunden la inocencia con la ingenuidad, y lo que queda es un drama de época que probablemente funcione mejor sobre el papel.

Por otro lado Danses macabres, squelettes et autres fantaisies prefiere emplear la Historia como un tablón de madera para cruzar el río del tiempo. La portuguesa Rita Azevedo Gomes siempre ha dado un papel muy importante a la palabra en su cine, pero en esta ocasión se la cede a su amigo Jean-Louis Schefer para que de rienda suelta a sus observaciones sobre las danzas macabras (esos esqueletos danzantes que pueblan el arte de los últimos siglos, y que enseñaron a un joven y asustadizo Ingmar Bergman la naturaleza unificadora de la Muerte), los trípticos del Bosco, y realmente lo que a él le venga en gana. Porque Azevedo está tan fascinada por los pensamientos de Schefer como por el propio proceso mismo de pensar, como aquel que pinta sobre un lienzo o improvisa con un instrumento. Grabado sin pretensiones ni presupuesto durante los encuentros del escritor, la directora y el montador Pierre León, su ímpetu e inagotable curiosidad hacen que uno salga de la sala dispuesto a verlo todo y a vivirlo todo.

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Frente a esos tres veteranos conversando distendidamente en el film de Azevedo, I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians (Îmi este indiferent dacă în istorie vom intra ca barbari, 2018) del rumano Radu Jude se presenta mucho más urgente, con una exigencia rotunda: que se permita a la juventud decidir sus propias lecturas de la memoria histórica, a pesar de las ampollas que estas puedan levantar. La actriz Ioana Iacob encarna con una energía eléctrica a una directora de teatro dispuesta a llevar a cabo una recreación teatral de la masacre de Odessa (en la que el general Antonescu ordenó ejecutar hasta 380.000 judíos y gitanos) y que se ve amenazada por insistentes detractores que demandan una interpretación más amable. Propulsada a menudo por el humor, la narración no intenta evitar sino que se lanza de cabeza a discusiones complicadas e insatisfactorias sobre la responsabilidad que debemos asumir frente a los crímenes de nuestros antepasados o la necesidad de dejar atrás dichos complejos de culpabilidad para poder avanzar.

También proveniente de Rumanía, Corenliu Porumboiu prefiere enmarcar su La Gomera en las coordenadas del género: policías corruptos, femme fatales y agentes dobles protagonizan un noir lacónico que nunca termina de explorar satisfactoriamente la premisa desde la que parte: una red mafiosa que se sirve del lenguaje de silbidos autóctono de La Gomera para transmitir sus mensajes de forma segura.

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