En 2013, Juan Cavestany estrenaba Gente en sitios, una propuesta arriesgada y atrevida no solo por el fiel reflejo de las incongruencias humanas más sociales del hombre, sino porque apuntó la mirada del público hacia ese cine que se surge en los márgenes, aquel que se aventura a experimentar y avanzar en el terreno creativo, forjando ese otro cine español que nutre al resto de nuestra cinematografía actual. Es en la periferia, donde convergen distintas energías y sensibilidades, el entorno perfecto para que surjan proyectos como Esa sensación, largometraje dirigido y escrito por el mismo Cavestany, Pablo Hernando (Cabás, 2012) y Julián Génisson (La tumba de Bruce Lee, 2013).
La trayectoria de estos cineastas se ha desarrollado en distintos ámbitos de la creación audiovisual, desde la realización de cortometrajes, largometrajes, webseries y teatro; al guión y la actuación, confluyendo en la mismo lugar: la reflexión sobre lo incómodo de la condición humana encorsetada en las convenciones sociales, tesis fundamental que subyace en Esa sensación. Desde la óptica cómica del absurdo, tres historias se van interrelacionando en una estructura de episodios encadenados a modo de sketchs, similar a la de su predecesora Gente en sitios. El desciframiento de lo humano pasa por abordar los tres aspectos que componen la vida de todo ser humano, y que son, en definitiva, los que explora cada una de las historias del film: la relación con uno mismo, la relación con los demás y la apertura (o no) a la trascendencia. El resultado de confrontar estas historias deja al descubierto la incapacidad del ser humano de adaptarse al absurdo. La incomodidad surge cuando desaparecen los límites establecidos socialmente, así como las pautas normativas de conducta, por muy insustanciales que, a priori, puedan parecer. El relato queda plagado de situaciones incoherentes, donde los personajes se reconocen incómodos ante las miradas de los demás, liberándose una suerte de extrañamiento que predomina las relaciones que se forman entre ellos. La mirada perpleja del espectador experimenta lo que hoy se conoce como “post humor”, y que tanto comparte con el teatro del absurdo.
Ambas corrientes abordan un aspecto tan trascendental como la crisis de lo humano desde los parámetros en los que se mueve la comedia. Más de medio siglo ha pasado desde que Beckett escribiera Esperando a Godot donde la espera, la cotidianeidad y la rutina le servían para proponer una reflexión existencialista sobre el tedio como motor social, donde la risa provenía de la verdad que subyacía en dichas situaciones. En Esa Sensación, no hay espera, pero sí una misma angustia existencial que se concreta en situaciones disparatadas en nuestro tiempo de hoy: la fe como estigma, la búsqueda de placer en la materialidad y fisicidad de las cosas y las disonancias comunicativas como contagio social, todo ello en un mundo donde las palabras llevan a equívocos por no regirse a un patrón de conducta preestablecido, y la soledad se condensa en los enormes espacios abiertos donde apenas se avista gente (ciudades vacías superpobladas).
En este marco de ahogo existencial, propuestas como Esa Sensación son el resultado de una experimentación creativa (y personal), que no solo se refleja (inevitablemente) en el resto de trabajos de estos cineastas, sino que sirve como germen (ese virus de lo inoportuno) que va contagiando a otras cinematografías y retroalimentándose de ellas. El resultado permite ampliar horizontes, trasgredir fronteras, vislumbrar otras opciones y en definitiva, disfrutar de la incomodidad de un cine que llega a cuestionarse algo que lleva mucho tiempo acompañándonos y que no sabemos muy bien cómo definir: esa sensación…
Lo mejor: la imposibilidad de sentirse indiferente ante la sexualidad de Lorena Iglesias.
Lo peor: tener la certeza de estar ante una premonición de un futuro no muy lejano.