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Festivales y Premios

Seminci 2019: El frío se clava en los huesos

La Seminci continúa y a cada día el frío se clava más en los huesos. “Un festival de madrugadores congelados”, dice una espectadora habitual a uno de los periodistas viejos de barba y pana en una de esas conversaciones que definen la intrahistoria de todo festival. Hábito y temperatura térmica que parece ser extrapolada a un festival cuya dermis, con el paso de los días, parece contraerse y definirse, marcando así su propia forma, la esencial. En otras palabras, en estos días el festival está sacando a flote su personalidad más íntima, aquella que le ha determinado desde tiempo atrás. Es así que a lo largo de esta semana hemos podido asistir, sin fisuras ni cortapisas, a sus tres rasgos principales.

Dicho de otra manera, a través de estas jornadas hemos podido presenciar los filmes de aquellos cineastas que pueden ser considerados, por la atención precoz que en su día los programadores dirigieron hacia ellos, “productos” de la Seminci. Hablamos, por su puesto, de Goran Paskaljevic y su A pesar de la niebla (Nonostante la nebbia), una obra plana y menuda que, desde la simplicidad y una cierta falta de ganas, retrata las idas y venidas que sobrevienen a un matrimonio que, después de haber sufrido un acontecimiento tan trágico en sus vidas como la muerte de su hijo, deciden acoger a un joven refugiado el cuál, en su minoría de edad, se encontraba perdido en una de las carreteras de la Italia de Salvini. Una película con trasfondo más perverso que motivado por el moralismo social, por mucho que el veterano director se empecine en argumentar lo contrario. Pero con todo esto también nos referimos a Jean-Pierre y Luc Dardenne, pareja de hermanos que, antes de haber ganado su Palma de Oro en Cannes, ya habían cosechado su racha de éxitos en el festival de Castilla. Y es que los Dardenne vuelven, sin salirse del estilo que los reafirma, para mostrarnos El joven Ahmed (Le jeune Ahmed), película ganadora del premio a la mejor dirección en Cannes que refleja, con un preciso y milimetrado realismo informal, el trance tan radical como irracional por el que divaga un preadolescente que decide, a partir de su carencia de identidad, seguir las recomendaciones de un imán en la Bélgica más contemporánea.

Más allá de este primer rasgo o característica, la Seminci permanece fiel a su núcleo social, algo que demuestra la proyección de la brillante Papicha, filme que ficcionaliza los conflictivos años 90 de Argelia por medio de un grupo de amigas que, con más pesar que éxito, intentan mantener, dentro de un cada vez mayor ambiente religioso-represivo, su aura de libertad gracias a la materialización de sus ideas progresistas en un desfile de moda cuyo núcleo son una suerte de hiyabs experimentales. Crudeza, optimismo y moderación emocional son los atributos que configuran de manera armoniosa la obra de esta joven Mounia Meddour. Una línea comprometida que conecta con la atmosférica Kiz Kardesler (A tale of Three Sisters), narración construida por un carismático Emin Alper que sabe dotar de comedida y lúcida ironía el ambiente más crudo.

En último lugar, el Festival Internacional de Valladolid sigue dando miedosos pasos dentro de un determinado cine arriesgado y loco el cual, por escaso que sea, no deja de ser un elemento digno de agradecimiento. Nos referimos con ello a la programación de Moothon (The Elder One) un thriller de autor hindú que ahonda en el peregrinaje que Mulla, una inocente niñita que acostumbra a manifestar ciertos dejes masculinos, realiza de su idílica isla de origen a una hostil Bombay para lograr encontrar a su hermano. Un ejercicio plenamente postmoderno que reúne ultraviolencia y el más fino humor, pasando por un melodrama inteligentemente hiper dilatado. En el mismo sentido nos encontramos con Hombres de Piel dura, una joya del cine argentino que, después de llevar con éxito a su director José Celestino Campusano por Rotterdam, es capaz de mostrar, a base de exteriores,  mucho sexo gratuitamente delicioso y sobreactuaciones muy bien dirigidas (¿no es quizá saber dirigir un exceso irónico de actuación una de las tareas más difíciles de un buen director?),  una serie de historias de puro culebrón rodeadas de un fino humor de alto nivel. Obra polémica para los más casposos que, si no fuese por haber sido rodada esta última casi absolutamente en el interior de un piso de Madrid, comparte su denominador común de transgresión “light” con la adecuada El plan. Dirigida por un joven Polo Menárquez, la película explora a unos personajes masculinos de manera autocrítica y rítmica, llevando al espectador de una típica reunión de amigos a una explosión final que puede hacer (y así lo hizo en la rueda de prensa) rabiar a una serie de feministas del libro que, lejos de demostrar los valores necesarios y compartidos que defienden, parecen entender poco o nada de ficciones y narraciones, de mordacidades y de chanzas.

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