Un niño camina por una carretera, desorientado, herido, atónito. Así comienza Secuestro, el último film de la productora Mar Targarona, con una imagen que sirve como preámbulo de lo que se le avecina al espectador: la constante desorientación ante un relato que no consigue unificar sus partes en beneficio de un todo.
Secuestro parte de una buena premisa que no termina de sostenerse. El relato se va tejiendo a base de clichés y lugares comunes del cine de género. Esta sucesión de elementos y golpes de efecto no acierta a convertir la historia en un suceso creíble, verosímil o lógico dentro de la propia trama. Dentro de esta acumulación de elementos estereotipados, se imponen las interpretaciones de Blanca Portillo y Macarena Gómez. Ambos personajes tienen que lidiar con la incertidumbre de las circunstancias encarnando posturas vitales muy distintas, ya sea la frialdad y la osadía implacable de una mujer sin escrúpulos, con la poca humanidad que le ha aportado la maternidad (la abogada a la que interpreta Blanca Portillo); o la honestidad y la sencillez que hay detrás de una mujer que busca desenredar, y entender, la situación de su sospechoso marido (una Macarena Gómez embarazada que trabaja como reponedora).
En Secuestro se produce un viraje del thriller al cine de crítica social. Es en ese punto cuando se producen las principales disonancias, las provocadas por mantener el tono y el ritmo del cine policíaco a la vez que intenta aleccionar sobre problemas de actual calado social, los cuales quedan camuflados entre extorsiones, antiguas venganzas y peleas de perros, sin alcanzar ningún tipo de trascendencia o cuestionamiento (ni preocupación).
Llegados a este punto es cuando el espectador corre el riesgo de verse perdido, desorientado, aunque no increpado a la reflexión. No por una complicada trama, sino por una llena de elementos inconexos que terminan construyendo esta historia a base de carambolas.
Lo mejor: Macarena Gómez y la posibilidad de empatizar con este verosímil personaje.
Lo peor: la insostenibilidad del relato.
Por Cristina Aparicio.
@Crisstiapa
