Finaliza el primer fin de semana de festival entre focos, alfombras rojas, homenajes con honores, gente que viene y va y cine, mucho cine. A películas de la Sección oficial como El amor menos pensado, El reino o Yuli, se han unido las proyecciones de First Man (2018), Un día más con vida (Another Day of Life, 2017) o Midnight Runner (2018), entre muchas otras, un importante número de trabajos situados en secciones paralelas como Horizontes Latinos, Perlas y Nuevos directores. Pero entremos en materia.
Abanderada por su premio como Mejor guión el pasado Festival de Cannes, la película Tres caras (Three Faces, 2017) del iraní Jafar Panahi (Taxi Teherán), se adentra en las zonas rurales de su país buscando la verdad sobre una joven que parece haberse suicidado tras dejar un vídeo como testimonio. La travesía en coche de la actriz Behnaz Jaffari junto al realizador, le sirve a Panahi para volver a exponer con clarividencia los rasgos idiosincrásicos de su pueblo, a la vez que edifica en torno al eje del relato una nueva crítica a ciertas costumbres y filosofías aún muy arraigadas en parte de los iraníes. Entre la simbología propia del cine de Panahi, personajes principales y secundarios destacan -como siempre- en esta suerte de road movie con el inconfundible sello del autor.
Como otro creador reconocible a destacar nos topamos de bruces con Rodrigo Sorogoyen, quien se confirma como uno de los directores más en forma de nuestro país. El reino es un trabajo eléctrico y a ratos realmente lúcido que atrapa al espectador entregado a esta crónica sobre la corrupción política que a todos resulta gravemente familiar. Quizá, algunos subrayados de más o ciertos pasajes un tanto delirantes que lastran su frenético ritmo podrían aminorar la velocidad de crucero con la que navega la película, aunque resulta indudable que, junto a Isabel Peña, Sorogoyen ha escrito la que será, con toda seguridad, una de las películas patrias de la temporada.
Otra de las «perlas» del festival la hemos encontrado en Un día más con vida, coproducción entre varios países europeos, entre los que se encuentra España, que narra las desventuras periodísticas de Ryszard Kapuściński durante su estancia en la Angola descolonizada de Portugal. El estado de lucha permanente del país africano les sirve a Damian Nenow y Raúl de la Fuente para dejarse llevar por las posibilidades de la siempre sugerente animación rotoscópica, un recurso de lo más hipnótico para construir sin descuidar la carga dramática esta historia sobre el valor, la amistad y la solidaridad en tiempos de guerra.
Por su parte, la siempre interesante sección Nuevos directores nos ha dejado trabajos tan ásperos como Midnight Runner (2018), drama psicológico protagonizado por Max Hubacher (El capitán). Dirigida por Hannes Baumgartner, la película es una potente ópera prima en la que el personaje principal se degrada mientras se produce un peligroso acercamiento al abismo. Flashbacks y maratones conviven con los traumas familiares del joven al que Hubacher interpreta con solvencia y autenticidad confirmándolo, junto al realizador, como uno de los jóvenes valores europeos a seguir de cerca.
La ganadora de la mejor dirección en la última edición del Festival de Cannes, Cold War (2018), narra con belleza impecable un romance más improbable que imposible en una Polonia herida aún con las cicatrices de una cruenta guerra. Cautivadora en sus imágenes, se sirve de la música para profundizar en ese sentimiento de ternura y nostalgia que parece encontrarse al escarbar bajo las ruinas. Sirva como ejemplo el singular prólogo de la cinta: un catálogo de peculiares pueblerino que van desfilando ante la cámara rescatando del olvido un legado popular a base de canciones ya olvidadas. La cinta de Pawel Pawlikowski compone el retrato emocional de un pueblo incapaz de escapar de sus cadenas políticas.
Dos de las mejores películas que se han podido ver hasta ahora llegaban haciendo menos ruido: León Siminiani, que asombró a propios y extraños con Lo que la verdad esconde: El caso Asunta (2018), presentaba en Nuevos directores Apuntes para una película de atracos. El título, uno de esos nombres a los que les cuesta crear expectación, se ganó la ovación del público tras sus genuinos 85 minutos gracias a la simpatía y humanidad con la que Siminiani trata la historia de Flako, un personaje único al que los butrones llevaron a la cárcel. Narrador y protagonista forjan una amistad a través del vínculo nacido durante la producción del documental, relato final que Siminiani hace llegar al público con la misma eficacia que le sirvió para estremecerlo con su análisis sobre el asesinato de Asunta Basterra.
Con los premios en Cannes a Mejor actuación, Ópera prima y FIPRESCI bajo el brazo llegaba Girl (2018), dirigida con sorprendente destreza y sensibilidad por Lukas Dhont. A pesar de alguna licencia ligeramente efectista, el film consigue su objetivo de conmover al público con esta historia sobre Lara, encerrada en un cuerpo que no es el suyo. Entre otros meritorios efectos, Dhont logra golpear al patio de butacas con su dosis de realidad y, sobre todo, con la capacidad de hacer nuestros los padecimientos de otros.
Tras La La Land, Damien Chazelle vuelve de nuevo a adentrarse en la dicotomía personal-profesional ya presente desde Whiplash (2014) y que parece estar convirtiéndose en una de sus señas de identidad. Adaptando ahora la biografía de Neil Amstrong (Ryan Gosling), escrita por James R. Hansen, la carrera espacial se sitúa en el epicentro de un relato en el que parece ganar la batalla el lado más emocional de la vida. Y es este, precisamente, el aspecto más significativo de la cinta: abrazar un discurso personal a partir de unas constantes estilísticas (un preciso tratamiento del sonido que destaca sobre todo en las escenas del espacio, entre el silencio y lo monstruoso) dando un paso más allá. Puede que el pequeño paso para el hombre sea reconocer que hay cosas más importantes que el trabajo, y eso ya es todo un salto para la Humanidad.
Que el guion de Beautiful Boy (2018) se base en las memorias escritas por David Sheff y en las de Nic Sheff (los protagonistas de esta historia) da cuenta de lo complejo que sería la labor de adaptación, un trabajo que debía ser capaz de amoldar dos vivencias muy personales de un mismo suceso y cuya carga emocional contamina recuerdos y vivencias. Ante el mismo problema, cada uno libra unas batallas distintas mientras que mentalmente se amontonan los recuerdos (flashbacks que anticipan el conflicto venidero). Mientras un problema de drogadicción va mermando la vida de Nic (Timothée Chalamet), su padre (Steve Carell) se desvive por adentrarse en esa caída a los infiernos del joven, siendo la relación entre ambos el eje central del relato.
Avalada con la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes, la última película de Hirokazu Koreeda se proyecta a tenor del Premio Donostia. El tono de la película queda instaurado desde la primera escena: una mezcolanza de ternura y picaresca cuyo eje central es el cuidado del otro. Porque Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018) es, ante todo, un manual de instrucciones sobre la complejidad de las relaciones y la forma en que hacer que estas funcionen. Sin abandonar su particular sensibilidad, el cineasta muestra aquí una mirada más realista que esperanzadora sobre los miembros de una familia, imponiéndose unas agridulces circunstancias que condicionarán no solo la unión de esas personas, sino toda su razón de ser. Porque en el cine de Koreeda nada parece tan terrible como el abandono, de ahí que la familia sea para el japonés una garantía de que la soledad no será la que gane las batallas.
Por Javier G. Godoy (@blogredrum) y Cristina Aparicio (@Crisstiapa)