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Cine norteamericano

Resident Evil. El capítulo final: Hitchcock preferiría el videojuego

En su célebre entrevista con François Truffaut (y sí, vamos a empezar una crítica de Resident Evil mencionando a Truffaut), Alfred Hitchcock explicaba así la diferencia entre sorpresa y suspense: “Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y de repente: bum, explosión. Examinemos ahora el suspense. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe; la misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa en la escena. En el primer caso, se han ofrecido al público quince segundos de sorpresa. En el segundo, quince minutos de suspense.”

Ese es el primero (y no el único, ni quizá el más grande) de los problemas que arrastra esta última cinta de la franquicia Resident Evil: su renuncia (igual que en las entregas anteriores) a crear atmósferas y situaciones sobre las que construir tensión, en favor de pobres sustos orquestados a golpe de decibelio. En un diseño sonoro desquiciado, cualquier elemento (una impresora en funcionamiento, una mano posándose suavemente sobre un hombro) es susceptible de provocar un improbable estruendo, lo que garantiza el sobresalto, sí, pero la película acaba convertida en una repetición ad infinitum de aquellos proverbiales “quince segundos de sorpresa”, sin rastro alguno de suspense.

Todo ello se ve agravado por el la habitual dirección de Paul W. S. Anderson, fragmentada y frenética (hasta el punto de utilizar seis o siete planos para mostrar a sus protagonistas cayendo al agua), que crea una desagradable sensación de estar ante escenas rodadas en una multicámara más televisiva que cinematográfica. Que ante tal locura de planificación el espectador sea capaz de seguir medianamente el transcurso de la acción es, más que un mérito de la película, un testimonio del funcionamiento del cerebro humano en materia de percepción, capaz de rellenar las lagunas y los borrones de una narración inconexa y en muchas ocasiones incoherente.

Hace apenas unos días llegaba al mercado la séptima entrega del videojuego original (sin contar remakes y spin-offs varios), y resulta descorazonador comprobar cómo este, con su empleo del sonido, los tiempos, las texturas o la iluminación, ofrece una experiencia mucho más satisfactoria cinematográficamente de lo que ninguno de los filmes de la franquicia ha conseguido. El maestro del suspense, muy posiblemente, preferiría la recreación virtual en una Playstation a su contrapartida de la sala de cine.

Lo mejor: que prometen que esta es la última de la saga.

Lo peor: que no acabamos de creernos sus promesas.

Por Juanma Ruiz
@JuanmaRuizP
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