El pedante Iñárritu, dicen algunos. El cineasta más influyente de la actualidad, afirman otros. Lo más acertado para ver El renacido es no situarse ni a un lado ni al otro. Disfrutar del espectáculo y agradecer que haya alguien en Hollywood capaz de montar un «circo» como este, alejado de los estudios de rodaje, del abuso infográfico y de la luz artificial.
Hugh Glass forma parte de un grupo de tramperos que viven de la recolección de pieles en la América profunda. Tras el brutal ataque de un oso, Glass es abandonado por sus compañeros, por lo que tendrá que sobreponerse para sobrevivir y buscar venganza.
Amigos, acomodaos en la butaca, abrid la mente y preparad todos vuestros sentidos para asistir a algo más que una simple proyección. El renacido es uno de los eventos cinematográficos de la década, un despliegue de medios con todo el atrevimiento de un director en estado de gracia que, a pesar de poder resultar pretencioso, logra convertir su film en una experiencia audiovisual de enorme relevancia.
Para ello, Iñárritu ha usado todo su talento y, por qué no decirlo, las ventajas concedidas después de triunfar en todo el mundo con Birdman, aquel ensayo en (falso) plano secuencia que se hizo con la mayoría de premios de la temporada pasada. El experimento casi teatral que protagonizó Michael Keaton dio al realizador vía libre para trabajar en esta monumental aventura ambientada en el siglo XIX con la libertad que un proyecto tan ambicioso como este requería. En caso contrario, hubiese sido imposible sacar adelante un desafío que hubiese echado para atrás al productor más avezado.
Pero allí estaban Leonardo DiCaprio y Tom Hardy para echar una mano. Ambos actores realizan uno de los trabajos física y mentalmente más exigentes de sus respectivas carreras, pero da la casualidad de que los dos están en plena forma. DiCaprio, que este año apunta -por fin- a ganador del Oscar, deja a un lado sus poderosas interpretaciones en otros films con mucho más diálogo para invertir todo su potencial en un personaje definido por las condiciones a las que se verá sometido. En el caso de Hardy, rol opuesto a Glass, pasa algo similar. Ninguno de los dos flojea, manteniendo un altísimo nivel durante toda la película. Les secundan nuevos valores del cine actual como Domhnall Gleeson o Will Poulter, nombres a los que habrá que estar atentos.
El redoble de tambor llega en forma del apartado fotográfico de la película. Una vez más, Emmanuel Lubezki, apodado en México «chivo», es el encargado de trasladar el guión de Mark L. Smith y el mismo Iñárritu a la pantalla. Su capacidad como creador de esa suerte de acaparador ojo de pez lo han convertido en uno de los profesionales más demandados del panorama, y es que trabajos como Hijos de los hombres, El árbol de la vida o Gravity, demostraron que la disciplina fotográfica en el cine iba a subir un escalón. En El renacido es constante el uso del talento de Lubezki en favor de una historia sencilla que casi queda en segundo plano ante la bendita aparatosidad de su puesta en escena. Y es que no es solo el fotógrafo mejicano quien el eleva el listón técnico; la edición, el montaje, los efectos visuales y el maquillaje (atención al ataque del oso, una secuencia imponente), el sonido o la magnífica banda sonora a cargo de Ryuichi Sakamoto, son parte importantísima del triunfo del largometraje, muy necesitado de la perfección en cualquiera de estos campos.
El renacido es una de las opciones de la cartelera que no permiten un primer visionado en casa. Ver la monumental propuesta de González Iñárritu requiere una pantalla de cine lo más grande posible porque, hasta en sus momentos de mayor espiritualidad, es una película virtuosa y sensacional. Iñárritu vuelve a sorprender a propios y extraños llevando a cabo de manera brillante un proyecto que, desde 2001, había pasado por varias manos. Una idea que alguna vez pareció imposible sobre nativos masacrados en sus propias tierras, la volátil lealtad y la venganza más pura que, por fin, podremos vivir desde la butaca.
Lo mejor: la grandiosidad de su puesta en escena y la dupla DiCaprio/Hardy.
Lo peor: a alguno se le puede atragantar su misticismo.