La mejor comedia de la filmografía de los Coen es una sátira totalmente irreverente, sin sentido en algunos momentos, que se ha convertido en toda una película de culto. Y con razón. Divertidísima, surrealista, visualmente excepcional, con una banda sonora increíble, escenas inolvidables y diálogos desternillantes, los estrambóticos personajes que en ella aparecen son la mejor baza de esta pequeña obra maestra. Un reflejo de la sociedad americana post-Vietnam protagonizada por un par de antihéroes geniales que son lo opuesto al concepto del gran sueño americano. Jeff Bridges dejó de ser Jeff Bridges para convertirse para siempre en El Nota, su mejor interpretación y la más divertida.
El protagonista de la peli es Jeff Lebowski, aunque todo el mundo le llama El Nota. Es el hombre más vago de Los Ángeles, dice un extraño narrador. Es un tipo ya cuarentón (como mínimo), que acude al supermercado en bata de andar por casa, que es capaz de pagar 0.69 dólares con un cheque, que se pasa el día dándole al ruso blanco, que se relaja escuchando en su walkman el sonido que hacen los bolos al ser derribados y que lleva por tanto una existencia tranquila, sin aspiraciones ni motivaciones de ningún tipo. Su única afición: los bolos. Pero un día toda esta paz desaparece. Unos matones que buscan al señor Lebowski entran en su casa y le amenazan: «tu mujer le debe dinero a nuestro jefe«. Pero el Nota no está casado, le confunden. Intenta explicarlo… pero no consigue disuadirles, y cansados de que les vacile, uno de los matones se mea en la alfombra del Nota. Sí, se mea. Y ojo que el Nota es tranquilo, se declara pacifista, pero que le meen en la alfombra del salón no le hace ninguna gracia, y menos aún cuando la alfombra «le daba ambiente a la habitación». Así se lo cuenta a sus compañeros del equipo de bolos, John Goodman y Steve Buscemi, o lo que es lo mismo Walter y Donnie, respectivamente.
Estos tres son inseparables. El trío calavera. Sus reuniones en la bolera, sus ideas sobre la vida, la religión, las mujeres, y la guerra de Vietnam dejan a uno con la boca abierta. Se lucen los Coen con estos diálogos y con el resto de la historia. Porque El Nota no va a dejar que las cosas se queden así. Alguien tiene que vengar la humillación sufrida por la alfombra. Y se pone manos a la obra. Para ello cuenta con la inestimable e inservible ayuda de su querido Walter, un judío ex combatiente de Vietnam obsesionado con esta guerra, con muy mala leche y un enorme corazón. No hay intervención de estos dos que no provoque carcajadas, y juntos se meten en un asunto de secuestros, chantajes, millonarios paralíticos, productores de porno, artistas en busca de padre para sus hijos… una historia que a los protagonistas se les va de las manos totalmente, pero no a los Coen, que lo tienen todo bien atado.
Esta historia no sería igual si no fuese por el tremendo acierto de los Coen a la hora de crear estos personajes. Por supuesto los protagonistas son excepcionales, pero el resto del elenco no es para menos. Tenemos a Steve Buscemi, un habitual de los Coen que es el tercero en el equipo de bolos; Julian Moore, una pirada de cuidado; David Huddleston, el otro señor Lebowski, y John Turturro que protagoniza uno de los momentos más surrealistas, divertidos e inolvidables de este peliculón, con los Gipsy Kings de fondo. Genial. Merece la pena verla una y cien veces. Y seguro que están de acuerdo conmigo todos los que desde 2002 participan en el Lebowski Fest, una concentración de fans del Nota que se reunen en distintas ciudades de EE.UU. para beber rusos blancos, jugar a los bolos y vestirse como Bridges. ¡Larga vida al Nota!
Por Lore Pérez
@Peneaa