Wes Anderson no vino a este mundo para ser un hombre corriente ni para dar al cine largometrajes mundanos y sin ningún tipo de gracia. Lejos de esa estupenda costumbre de crear mundos que otros no serían capaces ni siquiera de imaginar, ha logrado convertirse un director odiado y venerado casi a partes iguales. Lo que empezó con Bottle Rocket en 1996 ha sido un viaje en el que su peculiar estilo ha ido perfilándose para llegar a una perfección que solo puede serla para él y que, para algunos, resulta infantil y pretenciosa. Allá ellos.
En el año 2007 ya se había convertido en un director al que no había que perderle la pista. Unos cuantos años antes había creado una pequeña revolución familiar con Los Tenenbaums: Una familia de genios, y muchos creyeron que no podría superar una historia tan redonda, tan intensa y tan disparatada. Sin embargo, la extravagancia real a la que en ese momento solo podía aspirar empezaba a dar señales de existencia y fue con Viaje a Darjeeling cuando alcanzó una de sus cotas más altas. Ya en el cortometraje anterior, Hotel Chevalier, que funcionaba como prólogo del largometraje que se avecinaba, se intuía que, a partir de entonces, las películas de Wes Anderson no dejarían indiferente a nadie. Fuese para alabarlo como si de un genio cinematográfico se tratase o para criticarlo de la forma más cruel posible, su cine ya estaba condenado a escaparse del redil de la normalidad.
Viaje a Darjeeling centra su corta e intensa duración en tres hermanos que deciden hacer un viaje con la intención de cambiar sus vidas, reencontrarse a sí mismos y, ya que se suben a un tren y recorren la India de un extremo a otro, reconciliarse tras haber pasado un año sin haber mantenido el contacto. La familia, en este caso, es el eje principal de una historia que, en cierto sentido, resulta mágica, bien por el mundo exótico que se crea en torno a los tres protagonistas o bien porque Wes Anderson no sabe hacer cine sin que sus personajes emanen esa particularidad que habitualmente no es tan sencillo de encontrar. Y, de hecho, las enormes diferencias que existen entre los tres no hacen más que engrandecer todas sus virtudes, consiguiendo que cada uno de los disparates en los que se ven inmersos escapen de lo corriente, de lo mundano e, incluso, de lo humanamente lógico.
Pero no confundamos la hilaridad con la ausencia de drama. Toda familia, la que nace del cine y la que no, tiene esa parcela de falta de sentido que la convierte en algo todavía más especial. En Viaje a Darjeeling la disfuncionalidad es una característica que no puede separarse de los personajes que la protagonizan. De hecho, sin ella no serían más que tres hombres grises dispuestos a buscar un sentido que su vida ni tiene ni podrá lograr. Aquí, una historia que parece absurda, pequeña y repetitiva desemboca en una obra enorme y colorida que, como era de esperar, muchos no supieron valorar y tildaron de demasiado original. Evidentemente, no es una película perfecta. No se empeñen, no encontrarán la cinta perfecta. Pero, si Wes Anderson quisiese intentar alcanzar la perfección cinematográfica, probablemente incluiría a varios personajes disfuncionales como los que viajen a bordo del Darjeeling Limited.
Por Sheila López del Río
@_Volvoreta