El cine latinoamericano irrumpe de nuevo en nuestra cartelera con la fuerza a la que nos tiene acostumbrados. Su maravilloso estado de forma, la implicación social de muchos de sus guiones y, sobretodo, el gran talento de sus realizadores e intérpretes, convierten al séptimo arte de iberoamérica en uno de los más fructíferos del planeta.
Basados en la urgencia de la sociedad de muchos de aquellos países, se están produciendo no solo grandes historias verídicas, sino argumentos de ficción que resultan de lo más estimulante. El Clan (Pablo Trapero, 2015), El Club (Pablo Larraín, 2015), Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, 2015) o Paulina, son algunos de los múltiples ejemplos de una filmografía actual realmente interesante.
La película que os recomendamos esta semana está dirigida por Santiago Mitre, realizador de Buenos Aires que, a sus 35 años, dirige en esta ocasión la cuarta película tras una filmografía corta pero muy aceptable. Desde la experimentación de El amor (primera parte), hasta el género documental de Los posibles, pasando por el drama político de El estudiante. En todas y cada una de ellas Mitre muestra un punto de vista comprometido sumado a una gran habilidad como narrador de historias cuyo punto fuerte reside en sus personajes.
Paulina goza de ser una película con dos de los ingredientes esenciales para adueñarse del espectador: fuerza actoral y encrucijada argumental. En el nuevo filme de Mitre estos dos aspectos son la base de un guión muy potente, que alcanza importantes cotas en un par de momentos, llegando al cenit a eso de su primera mitad. Es en este momento cuando Paulina cambia su género de drama costumbrista a thriller cuasi familiar, en el que una decisión marcará a todos los personajes de por vida.
Esta decisión es esa encrucijada de la que hablábamos y es la que el director traslada al patio de butacas para que este mismo también se plantee tomar esa determinación y lo que supondría para todos y cada uno de nosotros. Ahí reside la inteligencia del guión del propio Santiago Mitre y Mariano Llinás, un texto muy bien adaptado de la novela de Eduardo Borrás. El resto es cosa de Dolores Fonzi, muy sobria y acertada en su interpretación de Paulina y Oscar Martínez, el padre de la protagonista, cuyo trabajo roza el excelente.
Tres premios en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, dos en Cannes y el Fénix a Dolores Fonzi, son la carta de presentación para los que decidáis ver Paulina, cuyo reconocimiento hace justicia a una película que habla de abusos sexuales, de la ética ante el impacto social y de los dilemas familiares y morales. Todo un desafío para nuestras mentes.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum