Cuando en el año 2008 el director Sam Mendes (American Beauty, Camino a la perdición) dirigió esta película llevando a la gran pantalla la novela homónima de Richard Yates y rescatando desde el Titanic a la pareja más icónica del cine de los últimos 20 años, poco imaginaban tanto Kate Winslet como Leonardo DiCaprio que iba a ser esta una travesía aún más turbulenta, si cabe, que la del famoso transatlántico.
Sólo hacía falta enamorarlos de nuevo, casarlos, con dos preciosas niñas y viviendo en una idílica casa al final de Revolutionary Road en la Norteamérica de los años 50. Todo perfecto. La pareja admirada por todos los vecinos y amigos. Pero todos sabemos que hay muchas cosas más que no vemos tras las sonrisas de ese adorable matrimonio que nos invita a comer a casa. El sueño nunca cumplido de April (Winslet) de querer ser actriz, la desesperanza de Frank (DiCaprio) viendo como agota su vida vendiendo máquinas por teléfono y una relación que seguramente nunca funcionó, nos muestran una realidad cruda, un hogar donde la incomunicación, la rutina y el desamor serán el reflejo de la lucha que ambos mantienen entre la conformidad y la rebeldía, entre la resignación y el ideal.
La maestría de Sam Mendes vuelve a quedar de manifiesto al hacer un perfecto y demoledor retrato de la vida en pareja que detona los cimientos del llamado “american way of life”, sabiendo llevar la historia al ritmo lento que necesita y subiéndola a cotas de intensidad dramática que conseguirá en varias ocasiones que te sientas un espectador de teatro en primera fila en casa de los Wheeler. Tanto el vestuario como el diseño de producción son muy destacables, la fotografía de Roger Deakins es exquisita, y la música de Thomas Newman, habitual colaborador de Mendes, vuelve a ser otro ejemplo de como hacer de la sencillez algo extraordinario.
Pero, sin duda, la mayor baza de la película es su pareja protagonista: Kate Winslet, en mi opinión, la actriz más importante que ha dado el cine en los últimos 25 años, brinda aquí otra “master class” en la que vuelve a brillar con luz propia para dejar nuevamente huella de su enorme talento, esta vez bajo la dirección de su, por entonces marido, Sam Mendes. La intérprete británica sigue trazando la senda sobre la que deben caminar todas las actrices que realmente quieran llegar a serlo. Recibió el Globo de Oro por este papel y ese mismo año se llevó también el Oscar por su personaje en The Reader (otra magnífica película). Descomunal DiCaprio, al que todos darían como fácil perdedor en este duelo, se bate el cobre para dejar el combate nulo en uno de los mejores trabajos de su carrera. Y no olvidamos a un magnífico Michael Shannon (nominación al Oscar incluida), ese entrañable loco cuyas verdades serán ese espejo en el que Frank y April no quieren mirarse.
Lo mejor: Winslet-DiCaprio en estado de gracia, borrando de un plumazo todas las dudas que sobre ellos se pudieran tener. Y una secuencia (comida en casa de los Wheeler con el matrimonio de Kathy Bates y su hijo) que es para ponerla una y otra vez en las escuelas de dirección e interpretación. Simplemente, magistral.
Lo peor: la película es un café muy amargo, intenso y para degustar sin azúcar. Si buscas algo más edulcorado, quizá Revolutionary Road no sea una carretera por la que debas circular.
Por David Peñaranda
@yodigital01
