Guste más o guste menos, la capacidad de Steven Spielberg para meterse en peripecias de diferente entidad y en proyectos que siguen uno detrás de otro, es una de las realidades más consolidadas del cine de Hollywood. Lo que empezó como una filmografía poco agresiva y basada en peticiones de los grandes estudios es, a día de hoy, una pasión propia con un ingrediente extraordinario: la entrega incondicional al divertimento del propio realizador. Con el panorama actual siempre mirando de reojo sus nuevas incursiones, Spielberg se enfrenta a cada uno de sus trabajos con la ilusión de un niño, quizá el rasgo que ha determinado su extensísima carrera y su incuestionable capacidad de sorpresa.
Ahora, en lo que parece otro de esos años en los que el director norteamericano se lleva el gato al agua por partida doble (Parque jurásico y La lista de Schindler en 1993, Atrápame si puedes y Minority Report en 2002, o Munich y La guerra de los mundos en 2005), confirma su óptimo estado de forma tras la acertada Los archivos del Pentágono (The Post, 2017) con Ready Player One (2018), una aventura pop saturada de formas y colores, de épica virtual y una leve y obvia -aunque no por ello menos real- reflexión sobre los peligros de vivir en extremo aquello que no es real. Spielberg se monta en su propia montaña rusa para adaptar, con ciertas licencias y sin reparar en gastos, la novela de Ernest Cline, obteniendo como resultado una mastodóntica oda al cine de ciencia ficción, a los años 80 y las nuevas tecnologías, siempre con el subtexto de la depresión ciudadana y la amenaza de considerar más auténtico nuestro avatar informático que a nosotros mismos. Es esta otra de esas ocasiones en las que Spielberg abre su baúl de los sueños -con lo bueno y lo malo de su cine- para dar a luz un largometraje a la altura de una nueva época actual: la de los millennials, el desencanto social, los videojuegos y las dimensiones paralelas construidas con ceros y unos.
Sin embargo, entre tanta parafernalia de la propuesta siempre bienintencionada de Spielberg, que tiene el afán de entretener por encima de todo, el film corre el riesgo de rebasar el aguante de aquellos a los que les moleste el exceso en detrimento de la profundidad del mensaje. La película, imponente en su recreación de un futuro en el que OASIS es el mundo virtual del que todos quieren formar parte, se nutre de un gran número de secuencias apoyadas en lo adrenalítico del argumento principal: la búsqueda de las tres llaves que darán al afortunado el poder de controlar OASIS. Para reproducir este carrusel de persecuciones, pruebas y enfrentamientos en los que la sangre derramada son monedas de oro, el director emplea todo el potencial del CGI a la vez que hace desaparecer cualquier atisbo de minimalismo que la historia pudiese tener, muy alejado de otras proposiciones con temática similar como Días extraños (Strange Days, 1995), El cortador de cesped (The Lawnmower Man, 1992) o incluso la propia TRON (1982). Salvo en momentos contados, la película muestra el músculo de los efectos especiales y del poco miedo de Spielberg a las grandilocuencias narrativas. Se da, por tanto, un doble rasero con el que puede medirse Ready Player One: ¿Es una aventura majestuosa y terriblemente divertida o tan sólo un blockbuster voluntarioso pero, en su fondo, tan aparatoso como convencional?.
Está claro que sus detractores verán en la película otra muestra del cine con más ADN de los grandes estudios condicionado por la vertiente más comercial del director norteamericano, pero es indiscutible la capacidad de éste para reinventar algunos géneros en base a una experiencia filmográfica vital y a una serie de capacidades imposibles para otros realizadores. Ready Player One obnubila con su majestuosa conceptualidad y algunas secuencias tan espectaculares (la primera carrera de automóviles) como inteligentes y divertidas (es aconsejable tener fresca El resplandor, de Kubrick), por lo que es difícil, sobre todo si se está disfrutando en pantalla grande, abstraerse de la sensacional puesta en escena de este lienzo sobre las futuras -y seguramente peligrosas- guerras virtuales.
Lo mejor: La reproducción de OASIS, sus referencias ochenteras y el divertidísimo homenaje a Kubrick.
Lo peor: Una puesta en escena excesiva en detrimento de un mejor dibujo de personajes.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum
