Relaciones paterno filiales. Siempre quise decir una cosa así. Son palabras que rara vez puedes usar en una conversación común, como magnicidio, polaina o escroto. Evidentemente hace referencia a la relación que se establece entre los progenitores y sus vástagos, una convivencia moral y física que establece los pilares éticos y sociales de los hijos, y realiza la edad adulta de sus papis. Desde que Abraham decidió hacer caso a Dios y trató de matar a su único descendiente (Isaac) solo porque el sádico de Jehová se lo ordeno un día que se ve no tenía mucho que hacer, son muchos los ejemplos que se han dado de este vínculo en el arte, la literatura y el cine. Como este es un blos del Séptimo Arte, nos vamos ahorrar hablar de si Alejandro Dumas Senior era mejor que Junior.
Las relaciones entre padres e hijos, siempre difíciles y cercanas, han sido caldo de cultivo de buenos guiones y, sobre todo, de soberbias interpretaciones. Si nuestra vista fuese corta podríamos hablar de filmes como «Pequeña Miss Sunshine«, «La habitación del hijo» de Nani Moretti, las argentinas «XXY» y «El hijo de la novia«, con Ricardo Darín, o «Alien Resurrección» (yeah amigos, al final Ripley es mama de uno de sus archienemigos en una giro almodovariano del espacio sideral).
Si bebemos un poco más de los clásicos, no podemos olvidarnos que la gestación del monstruo de Michael Corleone llega por su necesidad natural de proteger al padre indefenso y de respetar la tradición familiar impuesta por este. El valor que se da en la saga a la relación paterno filial (¡again!) tiene su punto culminante cuando Michael confiesa sus pecados al cardenal Lamberto en la tercera parte, cuando desgarrado por su pasado admite que “maté al hijo de mi madre. . . maté al hijo de mi padre”.
La cinta que nos ocupa, «Tenemos que hablar de Kevin« (Lynne Ramsay, 2011) ahonda en los sentimientos de la madre de un sociópata, dejando de lado culpables y otras banalidades, y reflejando honradamente un retrato de la cotidianeidad de una familia, en la que el desconcertante comportamiento de un hijo divide a sus miembros y los lanza a la búsqueda de soluciones en un laberinto de sentimientos e incomunicación.
La atractiva, talentosa y andrógina Tilda Swinton apoya en su espalda el peso absoluto de la historia y, no solo sale bien parada, sino que encumbra su nombre (dorado desde la consecución de su Oscar por Michael Clayton) y se revela como una de las mejores actrices del panorama actual en cualquier género que se le ponga por delante. Cualquiera puede verse identificado en las dudas morales que le acechan acerca de su maternidad, la falta de diálogo con su pareja, las pequeñas victorias, los sonados fracasos. . . o en Kevin, un niño con una inteligencia fuera de lo normal, y una nula capacidad para relacionarse con su entorno sin dañarlo.
Una película inquietante, de esas que hay que ver acompañado para pelear al final acerca del desarrollo de sus personajes. . . ¿es la maldad inherente al hombre?, ¿se puede educar la disposición innata de dañar al prójimo?, ¿son los padres con sus actos y frustraciones los responsables del comportamiento de sus hijos, o son víctimas también?. Y es que, como le decía el Imperial Richard Harris a Cómodo en Gladiator “Tus defectos como hijo, son mi fracaso como padre”. . .o no.
Por J.M.C.