Cuando todavía se escuchan los ecos de la última entrega de los premios Oscar, vale la pena hacer una pausa para mirar en retrospectiva el trabajo de uno de los directores que más comentarios ha suscitado con sus últimas producciones. Alfonso Cuarón ya es parte de la industria y Roma, su más reciente trabajo, nos retrotrae en el tiempo hasta llegar a Y tu mamá también (2001), un viaje en el que somos cómplices de una tendencia del realizador a contarse a sí mismo a través de la presencia anónima de su entorno.
Y tu mamá también fue su primer gran golpe internacional. Ya han pasado casi 18 años y esta cinta sigue siendo una excelente radiografía del pueblo mexicano y latinoamericano: crisis, corrupción y una atmósfera permanente de tensión, normalizada en la cotidianidad de sus protagonistas, pero visible y latente ante la cámara. Así, la historia se centra en el triángulo amoroso entre Julio (Gael García Bernal), su mejor amigo Tenoch (Diego Luna) y Luisa (Maribel Verdú), una española que llega a romper el equilibrio de esta aparente amistad. En el camino, que supuestamente convierte la trama de la película en un relato sencillo, los personajes y sus historias se van descubriendo con una fuerza narrativa y estética que los desnuda. Una reivindicación del sexo y la libertad, con una voz omnisciente que guía a los protagonistas -y también a los espectadores- por los laberintos del deseo y la culpa gracias a los embates de la educación machista.
Y tu mamá también es una película de ritual para acercarse al cine latinoamericano y tratar de entender la narrativa de una sociedad capaz de vivir al límite, interiorizando los contrastes de su propio entorno. Si fuera llueve, adentro no escampa. El marco social de la película se construye entre protestas, reivindicaciones salariales y lucha de clases, y aunque ese hecho poco o nada les importa a sus protagonistas, estos se mueven en la misma dualidad, que va desde la más profunda amistad, hasta el odio y el desprecio más sutil. Cuarón busca los contrastes, no hay buenos ni malos, todos son víctimas de sus circunstancias y a partir de ahí cada cual intenta describir su visión del mundo. La del director mexicano, en particular, resulta cautivadora, como un cuadro en el que el espectador decide dónde poner la mirada.